Somos adictos. Todos. Sin excepción.
Y nuestras adicciones crean nuestros
hábitos. Asi de simple.
¿Qué hace un yonki? Se droga. Y su
vida pivota alrededor de esta sustancia. Destina mucho tiempo a
procurar abastecerse. Se crea el hábito. El cuerpo le pide cada vez
más. El cerco se estrecha, lo subyuga. Se pierde el poder sobre la
propia vida.
¿Qué hace un adicto al miedo? Se
inocula miedo. Su vida pivota alrededor de esta emoción. Destina
mucho tiempo a estimular su adicción. Piensa y siente el miedo. El
cuerpo se encoge cuando se chuta miedo. Responde diligentemente, y
actúa en consecuencia, enviando información coherente: No te
muevas, no hagas, no te atrevas...Y esto se convierte en un hábito,
un automatismo, una manera de funcionar, de ser. Se cede el poder
sobre la propia vida.
Lo que pudo empezar como una fiesta
para el alma, acaba siendo una maldita defunción, sino del cuerpo,
de la propia vida. Se acaba buscando “el placer” a través del
sufrimiento, confundiendo el parón del mono, con el bienestar..Y es
que la ausencia de malestar no significa estar bien.
Un miedoso funcionará evitando. Un
resentido funcionará malmetiendo. Un optimista funcionará
optimizando. Toda emoción en la que se habite, creará hábitos, y
cuando esta combinación nos gobierna, se convierte en adicción.
Para bien o para mal.
La plaga más mortífera en materia de
tóxicos, está en las emociones. Y aunque algunas envenenan, no por
malas sino por abuso, existen antídotos potentes que
provienen de la misma fuente.
¿En qué emoción habitas? ¿Cuál de
ellas te acompaña fiel y tercamente? ¿Cuánto le debes a ella, lo
que haces o no haces, lo que dices o no dices, lo que piensas o no
piensas...? ¿Cuánto pivota tu vida alrededor de esta emoción?
¿Cuán protagonista es en tu vida? ¿Quién controla a quién? ¿Te
abre puertas o te las cierra?
Las emociones son pura química
interna. Según inyectemos, así sentiremos. Tenemos opciones.
Desintoxicarse, está bien, pero Elegir lo que consumimos está aún
mejor...
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