El marido de su esposa, que resultó
ser él mismo, descubrió que lo era cuando ella se lo dijo.
Antes de eso, y según me contaron,
creyó ser el hijo de su mujer, para desconcierto de su señora, que
en realidad no era su madre sino su esposa.
Un lío, vaya.
Roberto parecía un hombre cualquiera,
un tipo razonablemente normal. Sin embargo, cuando intuía que se
avecinaba viento del Norte (y con él su mujer), entonces, ocurría
algo extraordinario: Como en el cuento de Alicia, nuestro
protagonista se encogía más y más hasta casi desaparecer. Ante
semejante prodigio, la mujer, que minutos antes se diponía a
discutir con cierta vehemencia, se quedaba muda y sin argumentos
“discutibles”.
Su marido se la había vuelto a jugar
haciendo aquello que se le daba bien, adelantarse estratégicamente
y arremeter con el arma más poderosa en la batalla marital: La
autoinculpación. Una treta mucho más potente que la rendición,
porque le añade el dramatismo de quien se ataca y hiere a sí mismo,
obligando al otro a calmarlo y protegerlo.
La escena, a lo bestia y resumiendo,
podría ser ésta:
- ¡Ay, ay, ay, ay!
- Ea, ea, ea, ea...
Nunca infravaloréis a vuestro oponente
(si es que entráis en guerra), y mucho menos si éste se proclama
claro vencedor entonando el “mea culpa”. Os desarmará con su
aparente derrota antes de que la trifulca se inicie, porque en
realidad su debilidad es su fuerza. Si sois compasivos caeréis en la
trampa y no sólo callaréis aquello que necesitabais decir, sino que
además os sentiréis culpables siquiera por haberlo pensado.
¿No merece este giro acrobático una
auténtica ovación?
Y si además, vuestra pareja de baile
es hábil en el arte de la indefensión, seréis vosotros quienes
acabaréis defendiéndolo a capa y espada y disculpándoos por
vuestro “mal hacer”.
Touché.
Un buen movimiento para un mal
resultado, porque evitar discutir no resuelve, oculta.
Con el tiempo y mucho sufrimiento, la
mujer descubrió la Táctica Infantil del Desertor y dejó de
alimentarla. Por consiguiente, el niño no creció (¿o sí?) y su
marido regresó a casa.
Y colorín colorado...éste es el
cuento que te he contado.
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