jueves, 17 de julio de 2008

cuanto más te miro menos te veo

No entiendo nada de arte, y menos de pintura del Renacimiento italiano. Vaya eso por delante; pero siempre me ha parecido gracioso el modo en que los eruditos, estudiosos y críticos de arte, exponen sus rocambolescas hipótesis acerca del significado interpretado de los cuadros. Es fascinante. Pueden elaborar sofisticadas teorías sobre lo que el autor quiso representar en su obra, basándose en pequeños detalles del fondo del cuadro, trazos apenas visibles para ojos que no estén convenientemente entrenados.

Entre las muchas historias que se cuentan, está la del cuadro “La tempestad” de Giorgione. Aparece una mujer joven amamantando a un bebé, y a unos metros, un joven que la observa. Al fondo un palacio o castillo. Para ojos ignorantes, como los míos, sólo veo eso: dos personas, con palacio al fondo. Sin embargo, parece que esta obra ha suscitado durante décadas, enconadas discusiones acerca de su interpretación. Existen múltiples hipótesis sobre el sentido que quiso darle el pintor. Cada historia creada es distinta. Hay quien defiende a ultranza que la escena representa fielmente un pasaje bíblico, el jardín del Edén (y ven serpientes donde hay raíces de árbol). Otros niegan cualquier simbología religiosa. Hay quienes apuestan por la mitología griega, fijándose en el minúsculo pajarillo blanco posado en el tejado de palacio (y que solo se ve si te lo señalan). Otros dicen que no es más que un autorretrato del autor, y así hasta innumerables historias. Parece que la realidad vuelve a no ser la misma para todos. Cada cual mira a través de sus ojos y ve una escena ante sí. Tan distinta.

Esto me hace pensar que cuando hablamos con alguien, interpretamos. Desciframos códigos. Si mi interlocutor frunce el ceño, interpretaré que está enfadado conmigo o que no le apetece hablarme. Probablemente me siente mal, y actúe en consecuencia, cortando por lo sano la conversación o peor aún, enzarzándome en una discusión absurda. ¿Se me ocurrirá decodificar ese signo como un posible dolor de estómago? ¿Se me ocurrirá, antes de mal interpretar, preguntarle qué le pasa, por qué frunce el ceño? ¡Para qué! ¡Nos encanta hacer difícil lo fácil! ¡Inventar historias, como en el cuadro de Giorgione! (me disculpen los conocedores en arte…)

2 comentarios:

Unknown dijo...

Son tres personas dado que hay un bebé. Y me parecen estupendos los prejuicios y supuestos, si somos capaces de abandonarlos al aparecer datos en contra. Preguntar todos los datos es un tostón. Me encantga tu Blog.

Mayte Leal dijo...

Muchas gracias por tu comentario. Y, bueno, sí, interrogar sería un tostón, pero preguntar aquello que nos saca de dudas o de malas interpretaciones, quizás sea una buena inversión...un abrazo y gracias de nuevo.