Manuel era un chaval que rondaba los
dieciséis. Llegó a consulta después de mucho pensarlo. Había
considerado infinidad de veces la posibilidad de visitar a un
psicólogo pero los miedos le echaban atrás en último momento.
Después de muchos intentos se atrevió a atreverse. Y digo esto
porque el valor que hay que reunir para sentarse frente a un
desconocido, sabiendo que esa cita no será una alegre charla de
café, requiere mucho atrevimiento y más valor.
Llegó unos minutos antes de la hora y
parecía inquieto. Su aspecto me chirriaba pero aún no sabía
porqué. Me saludó de forma amable aunque nerviosa y entendí que su
incomodidad era natural en un contexto así.
Atrajo mi atención sus intentos, más
torpes que graciosos, para mostrarse simpático, porque contrastaban
con una naturaleza más bien seria. Y entonces entendí: deseamos
ser quiénes no somos, ni seremos. Ese
es el drama.
Manuel acudió a terapia porque “quería
cambiar”. Se describía como un chico serio en exceso, más bien
introvertido, con pocos amigos, y anhelaba convertirse en alguien
hablador, extrovertido, simpático y ocurrente, “un tipo divertido,
vaya, de esos que gustan a todos,” según me dijo.
Sin ahondar más en el caso, cualquiera
podía intuir que su objetivo no era realista. No se puede ir contra
natura (ni falta que hace). Una persona introvertida, tímida en
exceso, con dificultad para relacionarse y escasas habilidades
sociales, probablemente nunca se convertirá en el rey de la fiesta,
pero repito, ni-falta-que-hace. Ése fue nuestro trabajo en terapia.
Aceptar, que no resignarse, a ser quien
se es, mejorando aquellos aspectos mejorables, es el mayor cambio
terapéutico que se pueda soñar. Un auténtico desafío.
¿Dónde aprendió Manuel a desear ser
otro? ¿Quiénes le animaron a rechazarse? ¿Qué admiraba de su
ideal? ¿Era, de verdad, un deseo suyo, o bien lo tomó prestado de
alguien? ¿De dónde sacó que los reyes de la fiesta “gustan a
todos”?
Como suele ocurrir en estos casos, el
problema de Manuel no era su timidez o seriedad, sino
lo que él hacía con ella. Las acciones que llevaba a cabo
para ocultarlas eran
precisamente las que provocaban el alejamiento de los otros chicos,
cuando no su rechazo. Las soluciones que intentó se convirtieron en el problema.
Manuel entendió
mal “el cambio”, porque “hacer algo diferente” no significa
“hacer todo lo contrario”.
En sus ganas por ser aceptado y
reconocido por los demás chavales, Manuel se dirigía a ellos con
actitud altiva, incluso fanfarrona. Buscaba cualquier oportunidad,
aunque no se diera, para insertar un chiste o comentario jocoso, que
no provocaba las risas esperadas, sino más bien, burlas y rechazo.
Pretendiendo ser, mostraba claramente
lo que no era. No hay nada peor que impostar si uno no nació
actor...Porque, sencillamente, chirría.
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