Es curioso, puede que nos pasemos la
vida acumulando años y soplando velas y no por ello crezcamos.
Hacerse viejo no es sinónimo de madurez. Corren por ahí niños
atrapados en cuerpos ya vividos y adolescentes desafiando a las
arrugas y a los michelines. Es un espectáculo tragicómico, ¿no? A
mí me lo parece. ¿ESTAR donde uno no ES dónde te sitúa?
No estoy hablando de espíritus jóvenes
encerrados en cuerpos burlados por el paso del tiempo, sino en
adultos que no lo son porque crecer les queda grande.
Observo con pasmosa inquietud escenas
que antes veía con cierta gracia. Quizás esté envejeciendo
mientras el mundo rejuvenece...Las nuevas tecnologías empujan sin
miramientos hacia una forma de relacionarnos extremadamente pueril.
En mi opinión, claro.
No voy a negar las excelencias de la
era digital, sólo señalar sus obscenas a la vez que divertidas
formas de enredarnos en un mundo disparatado por lo infantil y bobo.
Cuando oigo a personas de cierta edad
relatar con absoluta seriedad su drama mayúsculo por haber sido
expulsadas de algún grupo de WhatsApp, me pregunto si mi respuesta
ha de ser igual de solemne.
Podría ponerme seria y justificar esa
reacción infantil y desproporcionada normalizándola, acusando al
miedo natural que nos suscita la mirada escrutadora de los otros, la
lógica sensación punzante del rechazo (¿o de la soberbia?) al
saberse expulsado, y la rabia justificada al constatar la complicidad
pasiva de los llamados “amigos”. Podría decir todo eso para
tranquilizar, sí, pero no sería sensato ni terapéutico, ni sano. A
pesar de que es rematadamente cierto.
Como también lo es vivir un drama
donde se actúa una comedia y no darse cuenta.
A menudo somos más víctimas de
nosotros mismos que de nuestras circunstancias.Y si no somos capaces
de verlo, lloraremos en lugar de reír.
Por más miles de años que el ser
humano sople velas, hay algo que no cambia aunque se esfuerce:
Queremos pertenecer al grupo a la vez que nos encanta ser individuos
únicos. Un amargo equilibrio que no se endulza con el paso de los
milenios. Mira tú por donde, mucha tecnología de última generación
y seguimos buscando lo mismo que nuestros ancestros los monos.
No llevamos bien que nos expulsen del
paraíso, y eso enciende las más apasionadas de las reacciones. Los
dramas cósmicos empequeñecen al lado de una inmisericorde
expulsión.
Y nos las tomamos tan en serio que
pedimos a gritos que nos inunden de programas televisivos donde se
“nomine a alguien”, ansiosos por sufrirlo o celebrarlo según la
simpatía que nos suscite el desafortunado de turno.
Tiene gracia (o no)
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