La acosaba día y noche. Poco a poco
fue perdiendo la esperanza de sentirse a salvo. Presa del pánico se
retiró de la vida recluyéndose en casa. Pensó que allí no la
alcanzaría, que los cerrojos de la puerta evitarían que entrara,
pero vendió su libertad a cambio de nada. El miedo impregnó cada
estancia. Las paredes susurraban su nombre obligando al corazón a
bombear con tal fuerza que temió no lo soportara. Sabía que llevaba
tiempo acechándola, aunque tardó en reconocer su presencia. Buscó
disculpar sus llamadas a medianoche, rehusó escucharla cuando ésta
le suplicaba. La negó durante tanto tiempo que se negó a sí misma.
Y ahora, allí se encontraban ambas, prisioneras inseparables como en
dulce venganza.
-La vida se escapa-decía sollozando, mientras miraba furtivamente la libertad a través de la
ventana.
-La vida te busca. No me rehuyas.
Escúchame. Tengo algo que decirte, le decía sonriente su ansiedad,
mientras se acercaba.
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