Mucho sufrimiento debe encerrar un
destete, cuando hay madres que se resisten tanto, así el bebé
ronde ya los cuarenta. Hijos que sin haber llegado a adultos, ya
lucen canas y permanecen niños.
Este es el caso de Rosaura.
Rosaura era la hija mediana de una
familia acomodada. Disfrutó de los privilegios de una buena vida, si
se entiende como tal, vivir a gastos pagados sin reparar en ello.
La madre, una mujer de armas tomar,
ejercía el control supremo en la familia. Se le reconocía ese poder
obedeciendo a sus demandas sin ninguna resistencia. Así pasaron los
años y así creció Rosaura, atendiendo a cada petición de su
madre, con obstinada diligencia. La madre, una buena central de
operaciones, coordinaba la vida de sus hijas con absoluta dedicación.
Las hijas asumían su papel con
aparente entusiasmo, incluso podría decirse que hasta con
incuestionable aceptación.
Rosaura aprendió a ceder el poder de
su vida a su querida madre, que le ahorraría el tedioso esfuerzo de
tener que hacerlo ella misma. Tomar decisiones sobre qué estudiar,
dónde veranear, o incluso cómo disponer de los fines de semana era
un trabajo que delegaría en su madre. Y ésta, en su infinita bondad
por facilitar la vida a la familia, disponía de la entera
organización de las agendas de todos sus miembros.
La cosa empezó a torcerse cuando “la
niña” se casó, y eso que el muchacho había pasado todos los
filtros de la aprobación materna. Parecía un buen chico pero pronto
se descubrió la verdad. El recíén llegado venía de un mundo tan
extraño como hostil, en el que los padres respetaban el
crecimiento natural de sus hijos, permitiendo e incluso alentando, su
propia autonomía. Algo así como educar en libertad. ¡Habráse
visto semejante dejación de responsabilidad materna! Refunfuñaba
la buena de la suegra.
Los encontronazos fueron en aumento al
llegar el primer bebé, porque no era el hijo de sus padres, sino
el nieto de su abuela. Quede clara la diferencia...
Marcelo, el marido de Rosaura,
batallaba en solitario, su derecho a ser marido y padre. Su esposa,
más hija que madre o pareja, se dejaba arrullar por los mimos de
mamá, mientras apartaba a codazos al incordio del marido, empeñado
en reclamar su sitio. Imposible ir a la par en un matrimonio de
tres.. Los triángulos, como el de las Bermudas, son peligrosos. Algo
se pierde en ellos.
Cuánto más reclamaba Marcelo, más se
oponía Rosaura. Y así se enredaron en un baile de malos pasos. Él
resentido con la suegra. Ella defensora de su madre. Y la
madre-suegra sin entender cómo tan dulce parejita acabó así...
“Con lo bien que se les veía”,
decía atónita.
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