jueves, 11 de abril de 2019

SI EL QUE NO LLORA NO MAMA, EL LLORÓN ES UN MAMÓN


Érase una vez una historia del revés. Sus protagonistas los que menos hacen pero más ruido provocan. Los que menos aportan pero más se llevan. Los que más exigen y menos dan. Los que reclaman derechos sin obligarse a nada.

Los que saben llorar, maman. Y mucho. Aun sin merecerlo. Porque el que merece no llora.

Escenas obscenas por indecentes aquéllas donde
se premia al egoísta con el regalo de la atención y se desatiende al generoso con humillante desconsideración.

Los bebés, que ya nacen desconfiados, saben que si no lloran a lo mejor no maman, así que lejos de esperar pacientemente a la diligente madre, le recuerdan exigentes su incompetencia: ¡Ya estás tardando!Y la buena madre, programada para acudir de inmediato, deja lo que esté haciendo y corre desesperada a atender. Su atención se centra en la demandante reclamación, que dista mucho de ser una petición paciente o amable. Los bebés de eso no saben.

Pues aunque parezca asombroso, no por mucho mamar se crece más temprano...De hecho, muchos adultos siguen siendo bebés a pesar de ser unos grandes mamones...

Porque si el que no llora no mama, el llorón es un mamón...¿no?

Con el tiempo se especializan en dos tipos: Los que aprenden a usar el llanto como arma compasiva (uy, pobre); éstos son peligrosos, porque dejan a su paso una ristra de sufridos culposos que siguen empeñados en “dar más, porque lo que le estoy dando no es suficiente”.

Y luego están los que utilizan el llanto agresivo como piedra arrojadiza: Te voy a descalabrar si no me das lo que quiero. Estos son los litigantes, los que chulean exigiendo, los que amenazan con liarla o con su soberana indiferencia. Los que explotan y pisan, los que aplastan con su enorme yo.

Lo triste del asunto es que el mamón lo es porque puede, porque le funciona, porque le renta. Porque siempre habrá quien se desespere por atenderlo Y no es asunto de compasión, sino más bien de culpa si no se responde o de miedo si no se cumple...El mamón no es criatura inocente, manipula. Sabe del enorme poder de la exigencia pasiva, y la ejerce con absoluta impunidad. El que mucho mama tiene un apetito voraz, insaciable. Pide, pide, pide, pero no da. Sólo arrincona a quien exige si éste no responde según lo previsto, provocando culpa o miedo.

Lo curioso del asunto por lo absurdo es que, el que nada recibe y mucho da, acaba siendo el hambriento acostumbrado al ayuno, de manera que las migajas que reciba del mamón le sabrán a exceso inmerecido que agradecerá con infinita deuda.


Y si esto es así, ¿qué atención destinamos a quien es respetuoso, amable o paciente con nosotros?

Con toda seguridad, “no llamará nuestra atención”...

Entonces, ¿Lo tomamos en la consideración que merece?

¿O tratamos mal a quien nos trata bien y tratamos bien a quien nos trata mal?

Para echarse a llorar...¿no?


domingo, 4 de noviembre de 2018

PERO EN EL FONDO ME QUIERE...


Tenía el aspecto de alguien culpable. No tanto porque lo fuera, sino porque lo parecía. Ese es el enorme poder de la actitud que uno asume.

Inés acudió a terapia porque decía no saber cómo complacer a su Don Juan. Su sufrimiento era enorme y sus síntomas depresivos.

Hiciera lo que hiciera parecía no satisfacerlo. A lo largo de los casi ocho años de relación (con algún descanso forzoso a voluntad de él), Inés había destinado su vida a consagrarlo. Su dedicación era absoluta, habiendo llegado a esa devoción sin darse cuenta, poco a poco, sacrificando día a día una porción de su libertad.

Dejó de frecuentar a sus amigas, de las que se fue apartando paulatinamente, al principio llena de razones y al final cargada de excusas. Luego dejó de ir a sus clases de baile, a sus paseos por la playa, y a todo aquello que no lo implicara a él.

A cambio de su disponibilidad a tiempo completo, Juan le devolvía desprecio y humillaciones, vejaciones, también. Golpes escupidos en forma de palabras que herían más que los puños. Inés, como buena devota, los encajaba poniendo la otra mejilla y suplicando perdón.

Cuando se conocieron, ella sufría de “Miopía inicial”, esa maldita dolencia que impide ver más allá de tus propias narices. En aquella época, Juan ya apuntaba maneras con gestos desagradables y alguna palabra fuera de tono, que ella se afanaba en puntualizar con un “ya pero en el fondo es muy majo”, como si hubiera que bucear en las profundidades de una persona para encontrar lo que se aprecia de ella.

Con el tiempo, la miopía inicial se convirtió en “Estrabismo tardío”, una suerte de mal que te permite ver bien todo lo que el otro hace por mezquino que sea. Una especie de alucinógeno que obliga a ver la realidad deformada.

Inés pasó de la duda razonable “¿seré yo quién está viendo las cosas como no son? a la sentencia condenatoria: “él tiene razón, yo tengo la culpa”

Se inocula el virus de la duda que dará lugar a la infección.

Los continuos reproches de Juan, la crítica, las burlas, la humillación, el silencio punitivo, la manipulación, la acusación...eran formas de abuso que buscaban mermar la integridad psicológica de Inés.

Juan era un abusador, un maltratador cuya seguridad emocional dependía de tener el control. Y cuando se busca subyugar no hay negociación ni compromiso. Mucho menos amor.

En una relación saludable y viva, no hay un yo observador e inalterable que está midiendo al otro. Hay reciprocidad. Un enriquecimiento y cuidado mutuo.

Inés aprendió a esquivar las batallas asumiendo su derrota. Se tragó la rabia, acusándose a sí misma, y añadió al dolor el autodesprecio, la forma más dramática de humillación porque proviene de uno mismo. Pronto aparecerían los síntomas depresivos que la llevarían a terapia.

Cuando se tiene el “yo” secuestrado, ¿Cuál es el pago por su rescate?

Pasar de la mirada centrada en ÉL: “Pero él dice, pero él piensa, pero él...él-él-él” a la mirada centrada en sí misma: “Yo opino, yo siento, yo creo, yo quiero...” será el pago necesario que le llevará a enfrentarse al aislamiento y a comprender la solitaria responsabilidad que tiene por su propia vida; que es ella quien la ha creado, y que es ella y sólo ella quien puede cambiarla.

Al final, con suerte uno aprende qué puede obtener de los otros, pero también, qué no puede obtener por más que se sacrifique.

jueves, 30 de agosto de 2018

ENTREVISTA DE TRABAJO: ¿CUÁNTO VALGO?



Sorprende lo habituados que estamos a atribuir al otro más poder del que le corresponde, y al hacer esto, nos despojamos de nuestra dignidad y la entregamos sin necesidad de que nos la arrebaten.

Me contaba Laura, que había ido a una entrevista de trabajo después de un tiempo en el paro, y como es normal, llegó algo nerviosa:

La sala, pequeña y sin ventilación, hacía difícil no sentirse atrapada. La ropa escogida para la ocasión, menos ligera de lo deseable para un agosto bochornoso, tampoco se lo ponía fácil, pero allí estaba ella, dispuesta a ofrecer la mejor imagen al servicio del ansiado puesto de trabajo.

Laura contestó serenamente a cada pregunta que la gerente le hizo, y escuchó las exigencias que ésta le imponía en cuanto a sus obligaciones en la prestación del servicio, horarios y jornada. Pero nada oyó sobre las condiciones económicas que le ofrecía ni sobre el tipo de contrato ofertado.

Por educación, y como manda el protocolo, esperó pacientemente a que la gerente mencionara algo al respecto, pero no lo hizo; es más, añadió a la extensa lista de exigencias, una última, si cabe más escandalosa: exigía compromiso de permanencia en el puesto durante el año lectivo, a pesar de reconocer estar mal pagado y por tanto considerando seriamente la posibilidad de que pudiera irse cuando encontrara otra oferta mejor remunerada.

Parémonos aquí, ¿quién le hace un favor a quién? Es importante meditar bien la respuesta porque en ella radica la diferencia en cómo nos vamos a tratar a nosotros mismos y en cómo indicaremos al otro que esperamos que nos trate: con respeto o no.

¡Por supuesto que debería irse si encuentra otra oferta más interesante! Eso sería lo digno, lo deseable, lo saludable, pero no es lo habitual.

¿Qué hace que no sea así? La RESIGNACIÓN PASIVA, y atender más “a no quedar mal” ( ¿Con quién? ¿para qué?) que a los propios intereses que nos dignifican, cuando para colmo y paradójicamente, renunciando a ellos mostramos nuestra infravaloración y nos declaramos incompetentes para velar por nosotros. Y entonces nos convertimos en personas serviles y en modo alguno respetables. Perdemos mucho más que dinero. Perdemos la grandeza de merecer.

Afortunadamente, nuestra protagonista se atrevió a preguntar sobre la remuneración y el tipo de contrato, porque no es lo mismo un contrato de obra y servicio, que un contrato por duración determinada, que un contrato indefinido...Cuyas prestaciones son muy distintas. De igual modo hay que preguntar si en el salario ofertado las pagas extras están incluidas (prorrateadas) o bien van aparte (pagas dobles). Porque la diferencia económica es sustancial.

¿Preguntamos para saber a qué nos estamos comprometiendo? ¿Nos creemos con derecho a saber lo que nos ofertan para decidir responsablemente si aceptamos o no, o hacemos como los niños y dejamos que “la autoridad” decida por nosotros?

Volviendo al caso, la historia continúa con una sucesión de excusas y titubeos por parte de la gerente, que incapaz de responder a las preguntas de Laura, descarga la responsabilidad en otros: ”Bueno, yo esto no lo sé...lo llevan en la gestoría”mostrando cierto orgullo ignorante de ese que escuece al verlo.

El activo más importante que una empresa tiene son sus trabajadores. Sin ellos no hay empresa que valga. Siendo esto así, asombra la sumisión con la que nos posicionamos ante quien consideramos “autoridad competente”, sin siquiera pararnos a pensar que en una buena transacción ambas partes se benefician mutuamente.

Laura obtuvo el puesto de trabajo y para su suerte, pudo rechazarlo. Efectivamente otra vacante con mejores condiciones la estaba esperando.

lunes, 4 de junio de 2018

“EL PROCESO”: DERECHO A LA AUTONOMÍA...COMPETENTE.


Atribuyen a Pitágoras la frase “Educad a los niños y no necesitaréis castigar a los hombres”

Y yo añadiría, “más vale prevenir que lamentar, porque lo de curar no siempre es posible”

Seguramente todos estamos de acuerdo en esto, el problema está en qué entendemos por “educar”.

Observo ojiplática el sistema educativo actual. Sólo hay que pasearse por las webs de escuelas e institutos y ver la cantidad de recursos invertidos en facilitar el proceso de “crecimiento personal” de los chavales a través de múltiples actividades y comisiones que giran en torno al aprendizaje de una buena gestión emocional y social, para fomentar la autonomía individual. Es alucinante. Es tanto el material “humanizador” que hasta los nombres asignados a dichas actividades simulan un viaje interior: “la maleta” “la acogida” “surcando mares”...

Sin embargo, muchos chavales no viajan solos sino acompañados de un insistente polizón.

Surcan los mares llevando a sus madres en la maleta, acogiéndolas forzosamente. Lo llamativo es que “muchos” es mucho, lo que lo convierte en un fenómeno social, y a mi entender esa sobreimplicación materna choca de narices con las pretensiones educacionales de fomentar la autonomía personal. Lo paradójico del asunto es que, posiblemente, muchas veces sea el propio sistema educativo el que fuerza esa sobreimplicación familiar.

Hablamos de esas madres entregadas que resuelven con esmero y dedicación los deberes de sus hijos; madres que aguardan nerviosamente después de un examen del que ellas saben incluso más que el niño porque se empaparon toda la materia y hasta hicieron los resúmenes; madres que han creado entre ellas una liga competitiva sin siquiera saberlo y que discuten entre sí los enfados de sus hijos; madres que viven en carne propia andanzas que no les pertenecen; madres que viven sin dejar vivir.

A todas ellas mi consideración por su enorme tenacidad. En materia escolar reivindico su derecho a nota, merecedoras del título que cursaron sin estar matriculadas y auténticas artífices de los aprobados de sus hijos.

Lástima que la secundaria no dure infinitamente, porque llegado su fin, la criatura, ahora despojada de SU inestimable maleta (¿o muleta?) tendrá complicado seguir SU viaje a solas...Y entonces se agarrará a las faldas de SU mamá... y llorará (n) juntos.

Si idiotizamos a los niños, ¿qué esperamos que sean de adultos?


NOTA INQUIETANTE: Os preguntaréis...¿Y el padre? (yo también)


Por otro lado, entronizar al niño, es también idiotizarlo. Elevarlo a las alturas es dañarlo entregándole un poder que le viene grande. No le corresponde al menor decidir lo que a sus padres compete y sin embargo esto sucede con alarmante frecuencia.


¿Qué gran miedo acobarda a los padres hoy?

¿Nos sentimos prisioneros de nuestra propia libertad?

¿Miedo a decidir?

¿Miedo a la autonomía competente?


Que extraña forma adquiere el amor a veces...Y que dañina.


NOTA TRANQUILIZADORA: Pitágoras data del siglo VI aC, así que parece algo natural que los viejos acaben viendo con ojos críticos la educación en las generaciones venideras...


sábado, 3 de marzo de 2018

S.O.S : LIBREMENTE PRISIONERA


Esta es la historia de Socorro, una mujer infelizmente casada.

Supo que su matrimonio sería un fiasco mucho antes de casarse, no obstante fantaseó con la idea de que las cosas cambiarían.

Como era de esperar el milagro no llegó y Narciso siguió siendo el tipo poco amoroso y frío que un mal día conoció. Era un hombre serio, inteligente y de buenos modales; un hombre de traje y corbata hasta en su casa.

A Socorro le sedujo su cortesía, un trato al que no estaba acostumbrada, y esa atención considerada la confundió con amor. El bueno de Narci no la sacó del error y juntos se enredaron en un despropósito de relación.

Ella pronto entendió que él no gustaba de cariños ni de besos, que los abrazos le tensaban, y el sexo era pura ficción. Los cuidados de amor nunca existieron pero tampoco el enfado o el malhumor. Convivían sin vivir juntos. Una suerte para él y una tortura para ella.

Con el tiempo Socorro se acostumbró a la soledad compartida y a pasear sus anhelos por la casa, haciendo de aquel piso sin alma su hogar y acariciando lo poco que tenía aunque viviera de prestado.

Allí se quedó, languideciendo, negándose a dejar lo que nunca tuvo. Esa fue su elección.

Porque no se puede escapar a la libertad de elegir. Siempre hay opciones, tantas como excusas; pero no queremos ser libres. Buscamos por todos los medios que sean otros quienes elijan por nosotros y nos liberen de nuestra libertad de elegir...Esta es la gran paradoja.

Nos resistimos a tomar decisiones porque eso implica elegir una opción y renunciar necesariamente a otras, perdiendo algún beneficio, por pírrico que éste sea.

Cuando se rompe con la pareja, no se rompe sólo con ella sino con mucho más: se rompe con el hogar que se ha construido, con las cosas sencillas que nos acompañan en la cotidianidad, se rompe con amigos, con rutinas establecidas, con lugares, con proyectos...Con la vida conocida.

Dicen los que no saben, los que pervierten su vida llorándola, los que nunca vivieron vivos, dicen, con hilarante convicción, que “más vale malo conocido que bueno por conocer”.




(Foto: Pedro Figueras)

miércoles, 5 de julio de 2017

CUANDO LA PACIENCIA NO ES VIRTUD


A menudo oigo en sesión el lamento de quien se culpa por no ser suficientemente “paciente”, como si la paciencia fuera una virtud en sí misma, independientemente del contexto en que se practique.

Esperar infinitamente que el otro cambie, que se adecúe a nuestras expectativas, que se convierta en quien no es, no es cuestión de paciencia, sino de milagro.

Puedes desesperar con infinita paciencia o o dejar de esperar con bendita impaciencia. La primera es tortuosa aunque se disfrace de esperanza y buen hacer, la segunda puede ser liberadora aunque se esconda en la culpa.

La paciencia no es virtud cuando implica inmovilismo o sufrimiento innecesario. Aguantar una situación insostenible no es paciencia, sino pasividad irresponsable, un sacrificio inútil que impide vivir con dignidad.

A menudo, detrás de la mal entendida “paciencia de santo”, se esconde el miedo a vivir de forma libre y responsable, escudándose en una bondad que no es tal sino cobardía resignada.

Toleramos mal hacer bien si el precio a pagar es amargo.

“Mal negocio”, dijo la buena vida.








jueves, 12 de enero de 2017

PREOCUPANTE

“¿Cómo no se da cuenta que la quiero? ¡No hago otra cosa que preocuparme por ella!”

Así definía EL AMOR, Jaime, un chaval de veintipocos.

Las relaciones que había tenido, siempre con chicas algo más jóvenes que él, se basaban en el cuidado casi fraternal, en el mimo atento de quien protege algo sagrado y lo custodia celosamente.

Se mostraba preocupado en exceso, y demasiado es mucho hasta en lo bueno. Por tanto, no era de extrañar que a Jaime le dejaran más pronto que tarde sus “conquistas”, y sin embargo él no lograba entender porqué.

“¿Por qué me dejan si no hago otra cosa que preocuparme por ellas?” Me repetía con pasmosa indignación.

Curiosas las infinitas formas de entender “el Amor”...o de mal entenderlo. No sé.

Jaime creció en una familia donde el Amor se traducía en Preocupación por el otro; y claro, la preocupación se encuentra en el problema, no en la calma ni en el goce.

Jaime, digno hijo de sus padres, buscaba chicas “con problemas”, o sea, mujeres que sufrían.

Con el tiempo le crecieron las orejas...para oír más y mejor las penas, sin darse cuenta que eso, lejos de atraer a las chicas, las ahuyentaba.

Basar la relación en un interés obstinado por señalar el sufrimiento para ofrecerse como “escuchador de penas” no es la forma más atractiva de seducción. Puede que al principio funcione ese interés acusado por el malestar del otro, porque reconforta saberse escuchado, pero al poco tiempo, se echará de menos el interés curioso y alegre por saber de los gustos, pasiones, ilusiones, proyectos, aficiones, sueños...que conforman la propia identidad, y que también desea ser revelada, descubierta por y para el otro.

Jaime era de ésos. Un tipo algo tímido, de mirada amable y siempre disponible. Hizo de su habilidad “preocupante” un arte nivel Maestría. Su puesta en escena era impecable, juntaba las manos como un viejo predicador mientras escuchaba atentamente como un experimentado psicólogo...Del chico joven y seductor, ni rastro.

Si cada encuentro con la persona que se está conociendo va teñido de gris, solo porque uno es diestro en el manejo de ese color, probablemente acabará saturando el tono y fastidiando el dibujo.



Porque no es lo mismo preocuparse por alguien que interesarse por alguien...

¿Puedes ver la diferencia?









sábado, 19 de noviembre de 2016

APISONADORAS

¿Cómo se llaman esas maquinarias pesadas que se utilizan para asfaltar las carreteras? Ésas que allanan el terreno aplastando a su paso las piedras...Ésas cuya función es facilitar el tránsito futuro a través de un arduo trabajo de alto coste y gran esfuerzo.

¿Una apisonadora?

Mari Dulce era una apisonadora.

Una mujer de cuarenta y muchos, con aspecto amable y paso firme, de las que pisan fuerte. Casada con alguien que parecía ser nadie y con dos hijos que eran mucho pero se creían poco.

Mari Dulce, haciendo honor a su nombre, era una mujer de rostro angelical, que no entonaba demasiado con sus movimientos algo toscos y una actitud resuelta en exceso, como sobreactuada. Una especie de contradicción andante. Una paradoja, si lo preferís.

Ese tipo de personas que parecen decir una cosa pero hacen otra.

Su historia familiar explicaría más tarde esa forma de funcionar arrolladora, y su predisposición frenética a adelantarse a los deseos de los demás para ofrecer la más exagerada de las ayudas. Al acecho de cualquier oportunidad para mostrarse servicial (que no servil).

Tanto ofrecimiento en apariencia desinteresado pudiera parecer honorable y gentil, si no se observa con detenimiento.

A la buena de Mari Dulce le movía un gran corazón, no cabe duda. Su interés por los otros era grande. No obstante, su necesidad de sacrificio demostrable era aún mayor, de ahí que se anticipara a ofrecer favores, incluso cuando no eran necesarios. Es más, a menudo no sólo no eran necesarios sino que eran inoportunos. Aún así, al adelantarse a la petición de ayuda, ponía a los otros en situación deudora.

Y ya se sabe que cuando uno se siente en deuda, busca saldarla, pero...¿y si no le dejan? Pues se crea una deuda perpetua.

Nuestra protagonista era experta en endeudar a la gente sin darse cuenta.

Reconoceréis a los deudores por su sensación culposa: “Es que me sabe mal decirle eso porque como lo hace de buena fe” “siempre está atenta a hacerme un favor aunque no se lo pida”

Y van creando a su paso más culpa que agradecimiento, lo cual les proporciona un inmenso poder.

Son apisonadoras: Allanan terrenos, es lo que saben hacer, sin darse cuenta que no todos los terrenos deben, necesitan o desean ser allanados.

Nuestra Mari Dulce se entrometía en las vidas ajenas apropiándose de ellas sin ser muy consciente. Escudada en una labor de ayuda y buena fe usurpaba el derecho de cada cual a decidir, negándoles la posibilidad de SER.

“Yo sé lo que necesitas. Ya lo hago yo por ti” era su mantra. Lo repetía a todos sin excepción, a sus hijos también. Entenderemos ahora que adelantarse al otro sin preguntar, no es ofrecer sino imponer. Una forma de sobreprotección, que lejos de proteger más y mejor, desprotege, invalida y niega. Una bomba que implosiona en el otro estallando de dos formas: con rebelión o con sumisión.


La primera hiere, la segunda mata.


Y es que hay dulces que amargan.







miércoles, 12 de octubre de 2016

JUGANDO CON LA COMIDA

LA COMIDA, eso con lo que  SÌ se juega.

Un bien preciado que en lugar de honrarlo con el mejor de los cuidados, a menudo se desprecia o se castiga su disfrute.

La comida mueve el mundo, por carencia o por excedencia. Una necesidad básica convertida en lujo innecesario o en sobrealimentación ostentosa. Un despropósito digno de locura.

Vivimos en un mundo obsceno, en el que medio mundo se muere de hambre y el otro medio está hambriento por morir.

La extrema delgadez y la obesidad se reflejan en el mismo espejo, pero la comida no sólo sirve para tragársela o escupirla. Se juega con la función que se le otorga, que es múltiple y dispar.

Fascinante el doble uso que hacemos de ella: la usamos por placer, para regalar/nos... y para castigar/nos, también.

De niños se nos regala “tu comida preferida”, “el pastel de cumpleaños” “los caramelos si te portas bien” y a la par se nos castiga con “te quedas sin postre si te portas mal”y “si no te comes la verdura, no hay Play”

De mayores nos sofisticamos en la gratificación y en el castigo, aunque en esencia seguimos haciendo lo mismo: Nos deleitamos con suculentos manjares, nos regalamos comidas exóticas en maravillosos restaurantes, ofrecemos nuestros mejores deseos en una caja de bombones, obsequiamos los buenos gestos con un “yo te invito”, y a la vez, como en una esquizofrenia intratable, nos castigamos con dietas restrictivas privándonos de placer o calmamos la ansiedad con incesantes picoteos, saboteamos comidas familiares, mostramos enfado criticando el plato que nos sirven, o aún mejor, mostramos nuestro poderío dejándolo intacto como muestra irrefutable de nuestra resistencia pasiva.

¿No es maravilloso el uso ambivalente que hacemos de la comida?

La usamos para seducir, para dar las gracias, para celebrar, para negociar, para exhibirnos, para reconciliarnos, para despedirnos y también para robar el placer de su disfrute, la forma más perversa de castigo.

Entonces, ¿Podríamos concluir que usamos la comida para todo menos para alimentarnos?

Fascinante.












domingo, 2 de octubre de 2016

MEDITEMOS...


“Soy tan inútil que no sé abrir mi plexo solar, ni invocar al poder Universal, ni hallar las sincronizaciones que los astros me envían, ni tampoco sé vivir en el estado zen de conciencia, ni consigo sanar mi ansiedad por más autoafirmaciones que me hago, ni por más mantras que cante..¡Pero si ni siquiera me relaja pintar mandalas! Me acuso de imbécil, de incapaz, de no saber hacer lo que está en mi mano hacer”

Ésta es Marifé, nuestra protagonista. Una mujer de treinta y muchos, que a pesar de su inteligencia no puede encajar las vicisitudes de la vida sin un “yo atraje esto”.

Llegó a consulta después de muchos “intentos alternativos para sanar”, aunque no estaba enferma.

Facebook la sedujo en su bombardeo constante de recetas mágicas para despertar su yo interior, el Ser espiritual que se conecta con el Todo. Anuncios de retiros sanadores, promesas de expansión de la mente, gurús conocedores de la Verdad del Universo, y un sinfín de blogs prometedores de la Felicidad-está en tu mano-en sólo 10 pasos.

Era fácil dejarse seducir. Es de idiotas no hacerlo cuando la promesa es el Éxtasis, el Paraíso en la Tierra.

Devoró libros, acudió a conferencias sobre “Atrae abundancia a tu vida” y “Aprende a soñar en grande”. Asistió a grupos varios y finalmente, se deprimió. Y para ser sinceros, me sorprende que no se hubiera deprimido antes.

La promesa de lo fácil, cuando no surte efecto, facilita culparse por inepto. Y eso es lo que le ocurrió a Marifé.

Si todo lo que te ocurre (bueno y malo) depende únicamente de tu poder para invocarlo (consciente o inconsciente) y tu vida no es maravillosa en todos los ámbitos, da por seguro que eres un auténtico fracasado. Un idiota, para ser más exactos. Y así se sentía Marifé, cuyo nombre la esclavizó más de lo deseable.

Y es que la fe mueve montañas...montañas de dinero.


Vivimos en este presente incierto, un terreno abonado para las Marifés, donde la responsabilidad y la culpa, se dan la mano.

La espiritualidad mal entendida va acompañada de multitudes, de extravagancias y pomposidad cuántica, se adorna con pseudociencia, con turbantes y túnicas, con búsquedas no encontradas y con encuentros muy buscados.

Demasiado ruido para meditar bien.







domingo, 25 de septiembre de 2016

"DE TAN BUENO, TONTO"

“De tan bueno, tonto”. Probablemente sea una de las mentiras más dañinas que el ser humano haya inventado.

Escudarse en la bondad para justificar el daño es una tendencia natural en los seres humanos porque buscamos librarnos de nuestra incompetencia como personas honestas, generosas y valientes, cuando lo que de verdad nos dibuja es el egoísmo, la pasividad y la cobardía.

Ésta es una frase nacida para tal fin.

Si algo sabemos hacer bien las personas es sacudirnos la propia responsabilidad bajo múltiples excusas, de las cuales en mi opinión, la más deleznable y mezquina es la que se pronuncia bajo las palabras “esto me pasa por bueno”, en lugar de “esto me pasa por cobarde”.

Son cosas distintas que se parecen poco.

Si observamos con detenimiento a personas que se parapetan bajo esta mentira, veremos el enorme beneficio que les reporta. Esconderse bajo una etiqueta amable, les permite acomodarse bajo la protección de otro, que asuma la acción que éstos esquivan. Y también los errores, claro, porque ¿el que nada hizo de nada es responsable, verdad?

 Pensemos.

No hacer nada por miedo o cobardía, ¿te exime de responsabilidad?

Existen parejas en los que uno de ellos es el “pobre, de tan bueno, tonto”, que aguanta humillaciones, ataques impertinentes o maltrato en cualquiera de sus variantes, y es curioso como suele gozar de la compasión de los otros. Sentirse “el bueno” de esa ecuación debe compensar el continuo atentado contra la propia dignidad. O no...No lo sé. Lo que sí sé es que de ningún modo esa actitud pasiva y permisiva es algo que tenga que ver ni remotamente con “La Bondad”. El desprecio por uno mismo no es bondad, la cobardía no es bondad, la pasividad no es bondad.

En mi opinión, esta actitud se regodea en la autocompasión complaciente. La tiranía del “débil” se oculta tras la falsa fragilidad...¿o falsa bondad?

Evitar vivir la vida sin atreverse no es honrado ni benévolo, sino todo lo contrario.

“Es que por no hacer daño se calla...de tan bueno, tonto...pobre”

Entonces, ¿Es la Asertividad una actitud insolente, propia de mala gente?

Seamos buenos y valientes, no tontos y cobardes...








jueves, 15 de septiembre de 2016

BUENAS FRASES PARA UNA MALA VIDA

Podría decir que son frases que no desearía escuchar en terapia, sin embargo, es buena cosa que aparezcan, porque señalan el camino por el que hay que transitar. Así que cada vez que oigo alguna de éstas, la tomo en consideración. Algo así como la hebra de la madeja de la que conviene tirar.

  1. “Más vale malo conocido que bueno por conocer”.

Ésta encabeza la lista de las más pronunciadas y es el pasaporte seguro para una vida infeliz.

Así que animo a todos los que deseen habitar una vida vacía de experiencias interesantes, a los resignados, a los que rehuyan de nuevas posibilidades que pudieran llevarles a algo mejor, a los que prefieren mal vivir a vivir bien, a todos ellos, les animo encarecidamente a que se aferren a esta frase y la hagan suya. Pero atención, que la fugaz ilusión de un “A la mierda! ¿y por qué no? ¡Voy a intentarlo!” no les haga tambalear su fuerte convicción. Un segundo de duda podría resquebrajar toda una vida de una fe inquebrantable...y no queremos eso.

  1. “No sé lo que quiero pero sé lo que no quiero”

Bueno, ésta rivaliza con la anterior en la lucha por el puesto de honor en el ranquing. Lo que más llama la atención no es la absurdez de la frase en sí, sino el tono solemne que suele emplearse para soltarla, acompañado de una mirada intensa, enigmática, profunda...

Tal frase merece ser respondida con otra de igual calado: “¿Pues irás muy lejos sabiendo dónde no quieres ir?”

Es una frase que debería hacer suya cualquier persona que desee dar un cambio en su vida de 360º, o sea, girar sobre sí misma para quedarse igual. Parece fácil, pero requiere mucho equilibrio esta acrobacia, porque supone resistir la tentación de “no hacer nada”, para adentrarse en el loco atrevimiento de “pasar a la acción”, con el consabido riesgo que esto entraña: ¿Y si descubro lo que sí quiero?


3. “Quiero que salga de él (o de ella)”



4. “Yo soy así”

Pues deja de serlo.

Esta frase en realidad está diciendo: “soy un tipo rígido, si me doblo me rompo. Que sean los otros quienes se adapten a mí. Esforzarse no va conmigo. Exigir a los otros esfuerzo, sí.

Es una de las frases más estúpidas porque ¿hay alguien que no sea como es?

Para acabar este post, sería justo que también citara algunas de las frases que se oyen en terapia y que son verdadero motor de cambio, frases que indican valentía, fortaleza y una sana motivación por cambiar aquello que produce malestar o insatisfacción vital.

Pero no lo voy a hacer, porque más vale malo conocido que bueno por conocer...¿o no?


sábado, 6 de agosto de 2016

SILENCIOSAMENTE INSOPORTABLE

Decía que se llevaban bien porque no discutían jamás. Palabras peligrosas las que se callan. Más aún las que dibujan indiferencia en su pronunciado silencio.

Las palabras nos unen y nos separan, nos inquietan, nos aturden, nos sorprenden, nos emocionan, nos entristecen, nos deleitan, nos irritan y también nos matan, sobre todo, las que no han sido dichas o las que fueron ignoradas.

Decía William James que no hay mayor regalo en la vida que la atención recibida por otro ser humano, algo así como la constatación de la propia existencia.

Y Teresa de Calcuta atendiendo a los desatendidos, decía: “No hay peor enfermedad en el mundo que no ser nada para nadie”, una prueba irrefutable de la insoportable invisibilidad del ser.

Cuando el otro atiende cuidadosamente a nuestras palabras, nos sentimos no sólo escuchados, sino respetados y tomados en cuenta. Visibles. Una forma de existir perteneciendo a algo más grande que uno mismo. Eso, a mi entender, son las relaciones. Lugares construidos para habitar en ellos de forma activa, dando y recibiendo, atendiendo y siendo atendidos, con generosidad recíproca.

No era así como “habitaban” Martín y Esperanza, una pareja joven, que rondarían los treinta y pocos. Padres de dos hijos en edad escolar y dueños de una vida que pudiera parecer apacible, si entendemos como tal, la ausencia de discusiones, aunque la realidad describía más bien una perturbadora presencia de silencios.

Cuando Esperanza llegó a consulta no le salían las palabras, pero sí las lágrimas. Su historia, también la historia de muchos, ya la había oído otras veces.

Martín era un hombre reservado, más bien frío, que lejos de expresar lo que pensaba o sentía acerca de cualquier cosa, se mantenía callado, aún cuando su mujer le preguntaba.

Habían pasado por situaciones dolorosas que hubieran requerido abrazos compartidos y muchas palabras, palabras de esas que escupen pena y limpian el alma, palabras cortas y palabras largas, palabras impronunciables y palabras mágicas, palabras y más palabras, benditas y necesarias palabras. Pero no se dijeron y se perdieron en la Nada.

Esperanza buscaba inútilmente que su marido le hablara, obteniendo en el mejor de los casos un apático y vago “No sé”. Sus esfuerzos por conseguir otra respuesta eran contestados con un silencio instigador. Y no era enfado, no, más bien desaire, un gesto impertinente que por callado subía de tono. Un desprecio palpable que no invierte en palabras.

El silencio punitivo es castigador. Más incisivo que un cuchillo y más mortífero que un grito.

Hubo un día que Esperanza desafío a su buen nombre y dejó de esperar, y milagrosamente a Martín le salió voz.

Lástima, dijo ella, que tú llegues cuando yo me voy. Y esas fueron sus últimas palabras.





viernes, 29 de julio de 2016

LA ERÓTICA DE LA DIFERENCIA


Siento fascinación por las similitudes y las diferencias. Me gusta “unir puntos” buscando el patrón que les dé forma. Algo así como trazar líneas imaginarias entre ellos descubriendo una figura sobre el vasto fondo.

Lo curioso es que cuando atiendes a lo diferente, observas que se acaba asemejando a otro igualmente diferente, y por tanto, uniéndose a él como similar. Entonces me cuestiono lo auténticamente distinto, aunque puedo percibir las similitudes diferentes y las diferencias similares.

Estoy hablando de tipos de personas, de cosas, de objetos que se asemejan o difieren entre sí, hablo de ideas que parecen distintas pero no lo son, hablo de prejuicios que por distintos que sean, tienen en común que lo son, hablo de ideas preconcebidas, hablo del ser humano y de su confusión en el modo de “ordenar el mundo”.

Básicamente ordenamos el mundo en dos categorías: similar o diferente. Aunque no atinamos mucho en “encasillar” correctamente, quizás, porque buscamos diferencias donde hay similitudes. A eso me refiero.

Lo gracioso del asunto es que nos enzarzamos en una incesante búsqueda de la diferencia en lugar de atender a lo que nos une. En el plano individual, las personas suelen desear “destacar” sobre el resto, mostrar su identidad única y “sobresaliente”, saberse reconocidas, admiradas y señaladas como “especiales y distintas”.

Honestamente, lo somos. Cada ser humano es único e irrepetible, sin embargo, buscamos insistentemente ese reconocimiento en los demás. ¿No es extrañamente absurdo?

Luego, siendo genuinamente distintos, obramos de forma similar en lo erróneo: mucho patrón de repetición y poca originalidad. Nos dejamos conducir por los prejuicios aprendidos, por los aprendizajes condicionados, por las experiencias vividas que interpretamos según nos enseñaron, por las ideas preconcebidas acerca de lo que se supone debemos hacer en la vida, cómo comportarnos, qué sentir, qué pensar...Aceptando como Verdad lo que sin duda no lo es. Sin cuestionarnos, repitiendo mecánicamente lo que hemos aprendido.

Probablemente ésta sea nuestra miseria, ¿y quizás sale de ahí ese ansia por “destacar”? ¿A quién beneficia? El anhelo por “la diferencia” ha sido el germen de muchas batallas, pero también la suerte de grandes logros.

La erótica de la diferencia es el deseo de ser “oveja negra”, por distinta, no por oveja...

Pero son tantas las pretendidas ovejas negras, que juntas forman un enorme rebaño, por tanto, podríamos decir que es una multitud que se une en la similitud de querer ser diferentes.

Paradojas del ser humano...


sábado, 25 de junio de 2016

¿QUIÉN PAGA LOS PLATOS ROTOS?

A menudo me sorprendo recordando algún refrán o expresión popular al observar cualquier escena de la vida cotidiana. Acto seguido y como un resorte, me viene a la cabeza el término acuñado por la Psicología para explicar lo observado. Sonrío pensando en cómo nos gusta "redefinir" las cosas, "rebautizarlas", decir lo mismo con palabras diferentes que puedan sonar más serias. Es gracioso..En definitiva, plagiamos lo que ya existe y lo disfrazamos de original. Además nuestra naturaleza nos empuja a clasificarlo todo, a encasillarlo, a ordenar hasta donde no hay desorden. Hacemos complejo lo simple y difícil lo fácil. Somos extraordinariamente sencillos, que no sencillamente extraordinarios.



Quedémonos, de momento, con esta expresión popular “Pues si estás enfadado con él, no lo pagues conmigo”

o como dirían los psicólogos más refinados “Estás desplazando tu ira hacia el objeto equivocado”


Expresiones como éstas me vinieron a la cabeza hace un par de semanas, cuando presencié una escena que me conmovió, más por los ausentes en esa historia que por el personaje que la relataba.

Caminaban delante de mí dos hombres de unos cuarenta años. Uno de ellos, visiblemente exaltado, le cuenta al amigo en un tono altamente agresivo, lo indignado que está con su padre, y acto seguido le narra lo ocurrido, que me limitaré a transcribir tal cual oí:

“¡Será hijo de puta, mi padre! Pues no me grita que deje de pegar a mi hijo, que si le sigo dando lo voy a matar! Y yo le grité: ¿Que deje de hostiarlo? No te gusta que pegue a tu nieto, ¿eh? Ahora protestas, ¿eh? Pues cuando me pegabas a mí esas palizas, no te quejabas, ¿verdad? Pues ahora te jodes!”

Y prosigue diciéndole al amigo: “Pues como veo que le jode, más le voy a pegar delante de él!”

¿No es ésa una escena tremenda?

El hijo castiga a su padre maltratando a su propio hijo, porque ha descubierto que eso le hiere. El resentimiento de un hijo hacia su padre lo paga el nieto. Ha habido un desplazamiento del dolor y de la rabia que no pudo ser resuelto en su día con los protagonistas verdaderamente implicados. Y ahora el nieto sufre las consecuencias, porque cuando las cuentas no se saldan, quedan facturas pendientes que buscaremos cobrar, aunque sean otros quiénes las paguen. Habremos hecho una “imposición en diferido de la deuda" que heredarán quiénes no la contrajeron. Y pagarán intereses de demora, que no nos quepa la menor duda.

Este patrón puede seguir repitiéndose por generaciones ya que siempre habrá alguien que “pague los platos que otros rompieron”.

Ese hombre al que oí relatar su historia con amargura y resentimiento, estaba ciego. No podía ver que lo que no quiso para sí cuando era niño, ahora se lo estaba entregando a manos llenas a su hijo. O dicho de otra manera, lo que deseó para sí, se lo negó a su hijo.

A menudo “pagan justos (o inocentes) por pecadores”, dice el refrán...

o como dicen los psicólogos "a menudo las tensiones familiares se canalizan a través del chivo expiatorio"