“Soy tan inútil que no sé abrir mi
plexo solar, ni invocar al poder Universal, ni hallar las
sincronizaciones que los astros me envían, ni tampoco sé vivir en
el estado zen de conciencia, ni consigo sanar mi ansiedad por más
autoafirmaciones que me hago, ni por más mantras que cante..¡Pero
si ni siquiera me relaja pintar mandalas! Me acuso de imbécil, de
incapaz, de no saber hacer lo que está en mi mano hacer”

Llegó a consulta después de muchos
“intentos alternativos para sanar”, aunque no estaba enferma.
Facebook la sedujo en su bombardeo
constante de recetas mágicas para despertar su yo interior, el Ser
espiritual que se conecta con el Todo. Anuncios de retiros sanadores,
promesas de expansión de la mente, gurús conocedores de la Verdad
del Universo, y un sinfín de blogs prometedores de la Felicidad-está
en tu mano-en sólo 10 pasos.
Era fácil dejarse seducir. Es de
idiotas no hacerlo cuando la promesa es el Éxtasis, el Paraíso en
la Tierra.
Devoró libros, acudió a conferencias
sobre “Atrae abundancia a tu vida” y “Aprende a soñar en
grande”. Asistió a grupos varios y finalmente, se deprimió. Y
para ser sinceros, me sorprende que no se hubiera deprimido antes.
La promesa de lo fácil, cuando no
surte efecto, facilita culparse por inepto. Y eso es lo que le
ocurrió a Marifé.
Si todo lo que te ocurre (bueno y malo)
depende únicamente de tu poder para invocarlo (consciente o
inconsciente) y tu vida no es maravillosa en todos los ámbitos, da
por seguro que eres un auténtico fracasado. Un idiota, para ser más
exactos. Y así se sentía Marifé, cuyo nombre la esclavizó más de
lo deseable.
Y es que la fe mueve
montañas...montañas de dinero.
Vivimos en este presente incierto, un
terreno abonado para las Marifés, donde la responsabilidad y la
culpa, se dan la mano.
La espiritualidad mal entendida va
acompañada de multitudes, de extravagancias y pomposidad cuántica,
se adorna con pseudociencia, con turbantes y túnicas, con búsquedas
no encontradas y con encuentros muy buscados.
Demasiado ruido para meditar bien.
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