Y yo añadiría, “más vale prevenir
que lamentar, porque lo de curar no siempre es posible”
Seguramente todos estamos de acuerdo en
esto, el problema está en qué entendemos por “educar”.
Observo ojiplática el sistema
educativo actual. Sólo hay que pasearse por las webs de escuelas e
institutos y ver la cantidad de recursos invertidos en facilitar el
proceso de “crecimiento personal” de los chavales a través de
múltiples actividades y comisiones que giran en torno al aprendizaje
de una buena gestión emocional y social, para fomentar la autonomía
individual. Es alucinante. Es tanto el material “humanizador” que
hasta los nombres asignados a dichas actividades simulan un viaje
interior: “la maleta” “la acogida” “surcando mares”...
Sin embargo, muchos chavales no viajan
solos sino acompañados de un insistente polizón.
Surcan los mares llevando a sus
madres en la maleta, acogiéndolas forzosamente.
Lo llamativo es que “muchos” es mucho, lo que lo convierte en un
fenómeno social, y a mi entender esa sobreimplicación materna choca
de narices con las pretensiones educacionales de fomentar la
autonomía personal. Lo paradójico del asunto es que, posiblemente,
muchas veces sea el propio sistema educativo el que fuerza esa
sobreimplicación familiar.
Hablamos de esas madres entregadas que
resuelven con esmero y dedicación los deberes de sus hijos; madres
que aguardan nerviosamente después de un examen del que ellas saben
incluso más que el niño porque se empaparon toda la materia y hasta
hicieron los resúmenes; madres que han creado entre ellas una liga
competitiva sin siquiera saberlo y que discuten entre sí los
enfados de sus hijos; madres que viven en carne propia andanzas que
no les pertenecen; madres que viven sin dejar vivir.
A todas ellas mi consideración por su
enorme tenacidad. En materia escolar reivindico su derecho a nota,
merecedoras del título que cursaron sin estar matriculadas y
auténticas artífices de los aprobados de sus hijos.
Lástima que la secundaria no dure
infinitamente, porque llegado su fin, la criatura, ahora despojada de
SU inestimable maleta (¿o muleta?) tendrá complicado seguir SU
viaje a solas...Y entonces se agarrará a las faldas de SU mamá...
y llorará (n) juntos.
Si idiotizamos a los niños, ¿qué
esperamos que sean de adultos?
NOTA INQUIETANTE: Os preguntaréis...¿Y el padre? (yo también)
Por otro lado, entronizar al niño, es
también idiotizarlo. Elevarlo a las alturas es dañarlo entregándole
un poder que le viene grande. No le corresponde al menor decidir lo
que a sus padres compete y sin embargo esto sucede con alarmante
frecuencia.
¿Qué gran miedo acobarda a los padres
hoy?
¿Nos sentimos prisioneros de nuestra
propia libertad?
¿Miedo a decidir?
¿Miedo a la autonomía competente?
Que extraña forma adquiere el amor a
veces...Y que dañina.
NOTA TRANQUILIZADORA: Pitágoras data del siglo VI aC, así que parece algo natural que los viejos acaben viendo con ojos críticos la educación en las generaciones venideras...
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