
Esperar infinitamente que el otro
cambie, que se adecúe a nuestras expectativas, que se convierta en
quien no es, no es cuestión de paciencia, sino de milagro.
Puedes desesperar con infinita
paciencia o o dejar de esperar con bendita impaciencia. La primera
es tortuosa aunque se disfrace de esperanza y buen hacer, la segunda
puede ser liberadora aunque se esconda en la culpa.
La paciencia no es virtud cuando
implica inmovilismo o sufrimiento innecesario. Aguantar una situación
insostenible no es paciencia, sino pasividad irresponsable, un
sacrificio inútil que impide vivir con dignidad.
A menudo, detrás de la mal entendida
“paciencia de santo”, se esconde el miedo a vivir de forma libre
y responsable, escudándose en una bondad que no es tal sino
cobardía resignada.
Toleramos mal hacer bien si el precio a
pagar es amargo.
“Mal negocio”, dijo la buena vida.
1 comentario:
Muy buena reflexión. Gracias por escribirlo
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