jueves, 2 de febrero de 2012

SI ME QUIERES...


Andaba yo pensando en cómo nos gusta complicarnos la vida. Ponemos mucho empeño en hacer difícil lo fácil, en atascarnos donde no hay obstáculos y en dar vueltas en círculos infinitos esperando llegar a lugares diferentes; eso sí, sin desviarnos, ni una sola vez, del mismo camino.

De locos. De idiotas.

Esto viene a que el otro día presencié una escena, que no por familiar deja de ser menos absurda.

Una mujer joven, Carlota, me cuenta entre lágrimas, que su novio la hace sufrir. Se siente más enfadada que triste (aunque esto ella aún no lo sabe), porque dice que el muchacho no satisface sus deseos en el modo que a ella le gustaría. Y claro, no rendirse a sus pies, sólo puede significar una cosa: que no la quiere lo suficiente; porque si él la quisiera de verdad, correría raudo y veloz a sacrificar su vida, sin que hiciera falta, sólo por disfrutar el regalo de su dulce sonrisa. Eso es lo que hacen los novios, si te quieren de verdad, claro.

La historia que la joven cuenta, no es una historia de amor, sino de sacrificios, y sobre todo, de veneraciones y altares. Pero ella aún no lo sabe.

El muchacho vive en un pueblo distinto al suyo, los separan unos pocos kilómetros, con transporte público apenas unos minutos.

La joven (muy joven) quiere vivir en pareja, jugar a ser mayor, casarse pronto y tener hijos…Crecer rápido. El muchacho no tiene tanta prisa. No se conocen demasiado, sólo un puñado de meses juntos da tiempo para bien poco.

La chica decide que él ha de dejar su pueblo, a sus padres, a sus amigos…a su entorno en el que vive razonablemente a gusto, para trasladarse a vivir con ella, a un pueblo desconocido, sin amigos, sin padres, en un entorno nuevo y extraño. El chico, más asustado que confuso, le propone esperar un tiempo. Esta respuesta, que no es una negativa sino una postergación, es recibida por la joven como un rechazo de proporciones descomunales. Herida en su narcisismo y casi ultrajada.

Si él me quisiera no sólo lo habría dejado todo para venirse conmigo, sino que además estaría pletórico, feliz y celebrándolo. Por lo tanto, no me quiere”

Me asombra la capacidad que tenemos para idear ecuaciones tramposas; porque siendo coherentes con la premisa anterior, entonces Carlota debería deducir:

Si yo no acepto con la misma alegría la necesidad de mi novio de tomarse algo más de tiempo (o incluso de rechazar la oferta), entonces estoy afirmando que no le quiero”

Es fácil atraparnos en falsas ecuaciones de dudosa igualdad.

En su lugar, y puestos a ser ecuánimes, deberíamos gritar al mundo:

“Sólo mis necesidades importan. Al cuerno las tuyas (amor mío)!” Eso sí, se recomienda hacerlo con la mejor de las sonrisas…para seguir confundiendo y confundiéndonos.


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