“El amor es un ingrediente necesario pero no suficiente para que una pareja funcione”.
María y Pepe se conocieron hace algo más de diez años, casi por casualidad. Se vieron, se gustaron, se sedujeron y se liaron. Sexo, amor, amor y sexo. Como suele pasar en muchos casos, apenas se dieron tiempo para conocerse. Ambos llegaban a la vida del otro esperando llenar sendos vacíos. Muy jóvenes para esperar poco del otro y demasiado mayores para aprender nuevas formas de ver el mundo. Cada cual a su manera suponía mucho y soñaba más.
Pronto aterrizarían. Descubrirían que esperar que sea el otro quien llene el propio vacío no sólo es esperar demasiado, sino que además obliga y responsabiliza al otro del propio bienestar de uno. Y eso ya es el colmo.
Les unía algunas cosas importantes, como el gusto por la lectura, los viajes de aventura, charlar, los amigos, el buen comer…Y pensaron que el entendimiento era comunicación, y ellos sobradamente la tenían.
No tardó en llegar la crisis. María, una mujer resuelta, independiente, socialmente activa, reclamaba a Pepe compartir más tiempo juntos. María sabía de la afición de Pepe por recluirse en su despacho, disfrutando de su privacidad. Le encantaba leer, navegar por internet o pintar sus bocetos. Pero sobretodo, le gustaba hacerlo a solas, en la intimidad de su espacio.
María no necesitaba tanto espacio para ella, le bastaba entre semana para dedicarse a sus cosas, sus amigos, sus inquietudes, sus hobbies y demás. Pero el fin de semana “esperaba vivirlo en pareja”. Sin embargo, sólo lo esperaba ella. Pepe gustaba de disponer también del fin de semana para sí, declinando ofertas conjuntas muy a menudo.
María sufría esperando que Pepe estuviera disponible para ella, pero es que Pepe también sufría sabiendo lo que María esperaba y sintiéndose incapaz de regalárselo. Cuando alguna vez lo había hecho, los dos sufrían: él se sentía forzado y ella herida. Ambos enfadados y culpables. “Si él me quisiera querría compartir más tiempo conmigo” se quejaba María. “Si ella me quisiera respetaría mi necesidad de estar solo”, se quejaba con amargura Pepe.
Su relación había sido tortuosa desde los inicios. Se querían y por eso insistían una y otra vez. Vivieron largas charlas donde se preguntaban y se respondían, donde se recriminaban y se lastimaban, donde se lloraban y se reintentaban. Buscaban nuevas formas de vivirse juntos, pero fracasaban. “No entiendo”, decían. “Pero si nos queremos, ¿cómo es posible que nos hagamos tanto daño, que malvivamos de esta manera?”.
Sencillo: necesidades diferentes, y forma de entender la pareja también distinta.
Pepe y María se entendían estupendamente cuando estaban juntos, pero es que compartían poco según la necesidad de ella y demasiado según la necesidad de él. Cuando uno de los dos “se sacrificaba” por el otro, ambos se sentían mal. El sacrificio implica renuncia, y en ese estado no se disfruta, se sufre. Y el otro viendo sufrir al sacrificado, se siente también mal. “Así no quiero” decían.
Pero es que si no es así, no es posible.
Con los años y muchas lágrimas, aprendieron que el amor es un ingrediente necesario pero no suficiente para funcionar bien y vivir mejor. Y por fin, se respetaron. La separación fue su precio. Final tristemente feliz.
2 comentarios:
¡Cómo me gusta leer tus posts!Lo que cuentas da siempre que pensar, pero, después de leerte ya durante mucho tiempo, he llegado a la conclusión que lo que me admira es esa habilidad tuya de ser mera pero excelente narradora y dejar a los que pasan por tu despacho que sigan siendo ellos los únicos protagonistas de tus entradas y no tú, lo que es de una extraordinaria generosidad.
Saludos.
Es muy interesante.
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