Hace unos días, paseando por las calles de mi pueblo, observé una escena dulcemente amarga. Dos amigos, un niño y una niña que rondarían los diez años, charlaban animosamente. A éstas, que la niña, en lo que parecía un acto efusivo de cariño hacia su amigo, se abalanzó sobre él, estrujándolo en un abrazo sonoro, digno del mejor placaje,mientras le gritaba con la alegría de quien lanza un soberano cumplido:
“¡Eres el mejor idiota del mundo!”
Chocante. Dos palabras extrañamente juntas: “mejor” e “idiota”. Hasta ese momento, hubiera jurado ante cualquier tribunal bajo pena de muerte, que de ninguna manera podían pronunciarse juntas y menos aún entonadas como auténtica alabanza. Si el tribunal ejecutor hubiera presenciado la escena, me hubiera arrojado a los leones, con incuestionable legitimidad.
Esa niña pretendía decirle algo hermoso a su amigo. No me cabe duda. Sin embargo, el muchacho, tan azorado como yo, parecía confundirse entre el halago y el reproche, de un modo que sólo él sabrá. La sonrisa bobalicona del que se ve sorprendido gratamente, contrastaba, a su vez, con la mirada avergonzada de quien es burlado sin previo aviso. Y venía de ella, de su adorable amiga. Juntos prosiguieron sus andanzas, ella risueña pizpireta y él cabizbajo sonriente. Nuevamente, extraña combinación.
Me pregunté qué haría aquel niño con esa información “sensitiva” que se había colado por su piel, hasta su maltrecho corazoncito. Dos mensajes contradictorios en difícil disyuntiva.
Cuantas veces nos ha pasado eso, un mensaje verbal confuso, que aúna informaciones dispares, aderezado con un gesto físico de su portador, que nos enreda todavía más.
¿Cómo responder a eso? ¿me cabreo? ¿lo celebro? ¿lo rechazo? ¿lo agradezco?¿con qué información me quedo?
Los niños…sorprendentes espejos.
1 comentario:
Los niños siempre van por delante.
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