jueves, 20 de diciembre de 2007

TOC TOC...¿HAY ALGUIEN AHÍ?


Quiero compartir con vosotros algo que me pasó ayer.

Estábamos mi ciática y yo en la sala de espera de un ambulatorio cualquiera. Ya sabéis, ese infame lugar donde los segundos parecen minutos y los minutos larguísimas horas. Pues ahí andábamos ambas, enzarzadas en una coordinadísima danza: ella me gritaba y yo le ladraba. La discusión empezó como se suele: con susurros contenidos que aumentan en escalada ascendente. Ni que decir tiene que mi vergüenza, pudor y compostura prefirieron esperar en la calle...

En esas que aparece un pobre hombre, sosteniéndose la mano con visible cara de espanto. Miraba hacia el techo, con ojillos quedos, cosa que yo interpreté como un rezo suplicante. ¡Pero me equivoqué! ¡Horror! ¡Tendríais que haber visto aquella mano, aquél "dedo-globo," que de tan hinchado había perdido hasta su forma original! ¡creedme si os digo que parecía un zeppelin de esos que flotan por el cielo... Entonces lo entendí, aquel hombre se agarraba con fuerza su mano y miraba temeroso al techo...¡por miedo a salir volando en cualquier momento!

Mientras tanto, la puerta de la consulta abierta de par en par. Médico y enfermera charlaban alegremente. Ningún usuario dentro. Sólo ellos y sus grandísimas verdades. Ahí estaban animados en una distendida conversación, no poco interesante, la verdad. Se quejaban del nuevo programa informático, y de cómo el nuevo protocolo impediría una gestión diligente. Criticaban con vehemencia la mala coordinación del centro y la burocracia administrativa. Defendían con rotunda seguridad sus posiciones: "¡es intolerable que los pacientes sufran las consecuencias de una pésima gestión! ¡perderemos más tiempo en rellenar las historias clínicas en el ordenador y será el paciente el que pague con su espera! ¡Es inaceptable! ¡Pienso hacer una queja formal!"

En la sala de espera, el reloj nos castigaba con un pesadísimo avanzar, pero ahí seguíamos nosotros, la extraña pareja: servidora aullando cual lobo en noche de luna llena, y el señor "helio" aferrándose a su silla para no salir volando...

Ahí está. La incongruencia hecha realidad. Los competentes profesionales tan absortos en su discurso lógico-verbal (cargado de razón y buenas intenciones) acabaron por hacer aquello que con tanta vehemencia criticaban: desatendieron a sus pacientes.

¿Cuántas veces nuestro discurso nada tiene que ver con nuestras acciones? ¿Nos escuchamos cuando hablamos? ¿somos conscientes de lo que decimos y hacemos?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Supongo que nuestras acciones tienen su propio discurso, uno menos consciente pero que, agazapado, se abre camino a dentelladas para ganarnos en presa. Enmarañar, hablar por hablar, es más fácil que discurrir para encontrarnos y reinventarnos. Lo que no sé es si lo que escribo aquí es lo primero o lo segundo, yo también soy presa de mi discurso. Mejor escapo.

Por la forma en que escribes diría que tienes lo que se requiere para ser una buena escritora, gracias por compartir esas ingeniosas imágenes hechas palabras.

Un tal Jose