Hay quien hace suyo el himno pamplonés de fin de fiesta y martillea con El pobre de mí, cual mantra machacón, a quien quiera ponerle orejas.
Ese tipo de personas que abraza la compasión con furor cristiano. Pero la compasión del otro, por supuesto.
Los reconoceréis por su generosidad. Son tan desprendidos de sí mismos, que reparten quejidos lastimeros por doquier, allí donde vayan. Os regalarán horas y horas de penúrias sobre su mala fortuna. Os dirán que La Suerte jamás quiso acompañarlos (pronto vosotros tampoco). Personas sensibles a la propia desgracia. La suya siempre es más grande que la tuya. No los desafiéis con vuestras nimiedades. Sería obsceno.
Ni se os ocurra ofrecer ánimos, mucho menos alternativas de solución, o descargará sobre vosotros fuego enemigo, balas de punta hueca que no podréis esquivar.
Las oiréis silbar así:
“¿Pero cómo voy a hacer eso?” “¿Pero es que no ves que no puedo?” “¿Cómo se te ocurre?” “¿Es que no te das cuenta de cuanto sufro?”
Y las que se guardan en la recámara, ya sabéis, las mortíferas, aquellas que van directas al corazón, sin compasión:
“Y yo que me pensaba que tú me comprenderías…Pero ya veo que no…Con todo lo que yo me he sacrificado (por ti)…¡La vida es injusta! ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Todo me sale mal…”
(Momento drama con música de fondo: violines chirriantes y aporreo de piano in crescendo…voz en off molestamente chillona, olvidaros de la elegancia silenciosa)
Y resuena algo así:
“Mi vida es un erial
flor que toco se deshoja,
Y en mi camino fatal,
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja” (G.A. Bécquer)
Momento apoteósico…El éxtasis: POBRE DE MÍ ¡!!!!!!!!!! (aquí empieza a sonar el himno “mántrico”)
A estas alturas, querido amigo o amiga, te hallas en un aprieto. Empiezas a flaquear, a sentir las punzadas de la culpa, al fin y al cabo, puede que esta insufrible sufridora te preocupe, puede que sea alguien querido, y te duela de verdad su dolor. Con toda seguridad, se cerciorará de que así sea. Le has fallado. Te has atrevido a proponerle “curación”, posibles salidas a su desesperación, en lugar de ofrecerle lo que te exige: que le permitas perpetuarse en su quejido, en su alarido lastimero, para que pueda seguir dando vueltas sobre sí misma, como el pez que se muerde la cola y se devora a sí mismo.
Y es que cada cual es responsable de la vida que decide vivir. Para bien y para mal. Acusar al otro de la propia desdicha es la prueba irrefutable de la propia incompetencia. Uno es lo que hace.
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