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“Es tan buena nena, tan obediente y sumisa…Nunca se queja”
Con estas inquietantes palabras definía una mujer a su hermana. Ambas superaban los cincuenta.
¿Qué le lleva a alguien a elevar la sumisión y la obediencia a la suprema categoría de virtud? ¿Qué vida miserable le lleva a uno a tan tremenda confusión? ¿Qué cosas habrá visto sus ojos y sentido sus entrañas para llegar a tan desesperada conclusión?
Tremebunda afirmación, dicha con la aplastante convicción de quien no se cuestiona otras posibilidades. Triste. Desolador. Las palabras esconden tras de sí, las creencias más arraigadas, aquellas que forman parte de nuestra manera de ver y entender el mundo, y por tanto, de obrar en consecuencia. Somos lo que decimos. Brutal.
Para esta persona, no cabe duda alguna, que las mujeres honrosas son aquellas que callan y sufren en soledad el amargo sabor del más grande sacrificio: la renuncia de sí mismas. El silencio atronador de la invisibilidad.
No hablo, no digo, no protesto…No soy.
En esta historia que hoy cuento, su protagonista ni siquiera es ella, tan invisible es. Me inquieta la hermana que pronunció ese desquicie ¿Qué hay detrás de esas palabras? ¿Qué pudo pasar en su vida para decretar con tamaña rotundidad tan dolorosa creencia?
Indagué. Exploré intentando entender…y entendí.
Infancia dolorosa. Ojos que vieron cosas que no entendieron, o que no soportaron entender. Interpretaciones necesariamente erradas por supervivencia emocional.
Esta mujer de más de cincuenta, una vez fue niña, y vio cosas que no debió ver, y sintió cosas que no debió sentir. Hija de padre maltratador y madre sumisa, objeto de palizas y vejaciones, creció creyendo en la bondad de su progenitora y en la necesaria disciplina adoctrinante de un padre que vela por el bienestar de la familia. Así deben ser las cosas.
Sentirse hija de un bastardo malnacido y de una madre incompetente debió de ser inasumible. Los hijos quieren a sus padres incondicionalmente, mal que les pese. Embellecerán, si es necesario,la escena del crimen; reescribirán su historia de héroes y villanos, confundiendo quien es quien, porque los lazos que nos unen a ellos, a nuestros padres, son invisibles pero férreos, y a veces atan más que unen.
Recordaba a su madre como una mujer bondadosa que para evitar la confrontación con un marido déspota, permanecía arrollidada, sacrificada, callada y dispuesta. Cuanto valor le otorgó esta hija a una madre ausente, a una madre-nadie, a una madre muerta. Su hermana también aprendió “esa virtud”, y como ferviente admiradora de una madre sufriente, la relevó de su cargo, asumiéndose también como experta receptora de reveses, y así fue como se casó con quien la cortejó, aceptando a cualquiera que quisiera quererla…o no. Quien era ella para pretender nada.
“Porque es tan buena nena, tan obediente y sumisa…Nunca se queja”
1 comentario:
Un caso particular que bien puede ilustrar una práctica también familiar más frecuente de lo que pudiera parecer: sálvese el que pueda y que pringue el de siempre, el más débil.
Una interesante entrada que invita a la reflexión casi más que al comentario.
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