“El resentimiento es como beberse un vaso de cianuro y esperar que sea el otro el que se muera”
No sé donde oí esa frase, pero me pareció buenísima.
Hace unos días volví a recordarla, cuando paseando por la calle, oí a dos muchachas hablar entre ellas (¡Ostras! Lo siento, otra vez yo fisgoneando conversaciones ajenas cual espía de la CIA…Sé que esto ofenderá a algún respetable lector, que verá con desagrado mis “malas artes” y me acusará de sembrar el pánico entre los inocentes transeúntes de mi pueblo. Usted perdone. Me pareció feo taparme las orejas)
¿Por dónde íbamos?
En la calle, delante de mí, dos chicas adolescentes.
Una le contaba a la otra, lo imbécil que era una compañera del instituto. Hablaba en el tono áspero propio de cualquier enfado, pero a los pocos segundos, ese razonable enfado se había convertido en auténtica fúria; su voz sonaba atronadora, y arrojaba por la boca tal cantidad de improperios, que por un momento temí que empezara a hablar en latín y su cabeza a dar vueltas como una posesa.
No deja de tener gracia el modo en que nos encabritamos. Basta con encender la llama y ¡Zasssss! Se produce el incendio. Insultantemente sencillo. Vergonzosamente humano.
Pero aún se puede ir más allá.
Volviendo a la escena del crimen, la muchacha en cuestión, prisionera de su propia rabia, no hacía más que insisistir en una sola idea:
“Ya verás, pues ésa lo va a pasar mal conmigo, porque se la tengo jurada”
¡Pobrecilla, qué error ¡Por Dios, que alguien se lo diga! Esta muchacha aún no ha aprendido que el resentimiento sólo hiere y castiga a quien lo padece. Porque sólo quien se pasa los minutos, las horas, los días, diseñando estrategias para dañar al otro, está en verdad, invirtiendo ese precioso tiempo en fastidiarse a sí mismo. Porque pensar feo no te hace sentir mejor, sino justo lo contrario. Amarga y envilece.
Que triste venganza: para fastidiarte a ti, necesito fastidiarme yo.
“El resentimiento es como beberse un vaso de cianuro y esperar que sea el otro el que se muera”
Tiene gracia. El ser humano. Tan extraordinario como idiota.
1 comentario:
Quanta raó que tens! què ridícula m'he sentit algunes vegades "encabritant-me" per un ressentiment cap a una altra persona, i quin sentiment més inevitable per altra banda; tot i ser conscient de l'absurd de la reacció no es pot controlar!
I, per cert, lo de "fisgonear" les converses, jo tampoc ho puc evitar... (sobretot viatjant en metro, és molt divertit!)
Felicitats pel blog!!
Susanna
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