Carmen era una mujer joven, de treinta y pocos. Casada y con una criaturilla de apenas dos años. Su marido, un hombre serio, dominante y de poca conversación, trabajaba en un taller mecánico. Ella, aunque había cursado estudios universitarios y trabajaba como abogada en un bufete, decía no ser demasiado buena en su trabajo. “No merezco estar en este bufete, porque no soy competente. No resuelvo las tareas de la forma más eficaz posible, y además, me falta empuje. No sé plantar cara”. Demasiados “noes”, pensé…
Carmen acudía a terapia por un “problemilla” de carácter sexual. Nada importante…sólo falta de deseo. “Mi marido dice que tengo un problema y por eso estoy aquí”.
Bueno…los problemas sexuales en la pareja, no suelen ser cosa de uno, sin embargo, es curiosa la frecuencia con la que uno se autoexcluye como parte del problema (y de la solución) ¡Ve tu y arréglalo! Cómo si de unas tuberías escacharradas se tratara…
En fin, nos pusimos manos a la obra, y al cabo de un par de sesiones reventó la tubería salpicando las pulcrísimas paredes de su casa ¡Vaya, con el problemilla! Demasiada obturación para un simple desatasque…
Carmen estaba casada con Mario, un buen hombre, aunque algo tosco.
Carmen lo eligió, de novio, porque le parecía “fuerte y protector”, con aquellos brazos gruesos que podían rodearla y apretarla fuerte hasta asfixiarla (de tanto amor…)
Mario la eligió para protegerla: pensaría por ella, hablaría por su boca y haría lo posible para que no le faltara de nada. La cuidaría como a una Reina.
Al principio, Carmen colaboró con el juego pactado: “Vale, lo que tu digas, cariño”. Pero al nacer el retoño, algo cambió. Carmen desviaba parte de su atención hacia el pequeño intruso, cosa que no fue muy bien recibida por Mario, quien había gozado de ese privilegio en exclusiva. Las discusiones por “¡Joder, Carmen, aún no está la comida en la mesa!”, “Ostias, Carmen, dile al crío que se calle de una puta vez”, cada vez eran más frecuentes.
Carmen protestaba, pero en silencio. No se atrevía a hacerlo en voz alta. Nunca lo había hecho. Ni de pequeñita. Había aprendido a callar y obedecer (sus padres colaboraron en eso). Sus pensamientos eran otra cosa, aunque se cuidó muy mucho de que no emergieran demasiado, ¡No fueran a salírsele! Pero su rabia interior le quemaba, y su tristeza también. Los desencuentros verbales con Mario iban en aumento, y la tensión los ahogaba. Carmen, por extraño que parezca, no ardía en deseos de entregarse a su marido en la cama. Al principio, fingió, pero luego se le hizo imposible. Ideó excusas para evitarlo, hasta que Mario la obligó a ir a terapia para que “se curara”. Al fin y al cabo, ¡el problema era de ella! ¿Quién estaba inapetente?
En apenas tres sesiones, Carmen empezó a permitir a la brigada de limpieza, que succionara esas tuberías, permitiendo aliviar tanta presión interna. No fue fácil (ni limpio), tuvo que ensuciarse las manos. No hay otra forma. Así se libera el atasco.
Pero, los cambios no siempre benefician a todo el mundo…O eso temen algunos. De modo, que cuando Carmen empezó a permitir que su voz se oyera, Mario se asustó mucho.
Carmen acudía a terapia por un “problemilla” de carácter sexual. Nada importante…sólo falta de deseo. “Mi marido dice que tengo un problema y por eso estoy aquí”.
Bueno…los problemas sexuales en la pareja, no suelen ser cosa de uno, sin embargo, es curiosa la frecuencia con la que uno se autoexcluye como parte del problema (y de la solución) ¡Ve tu y arréglalo! Cómo si de unas tuberías escacharradas se tratara…
En fin, nos pusimos manos a la obra, y al cabo de un par de sesiones reventó la tubería salpicando las pulcrísimas paredes de su casa ¡Vaya, con el problemilla! Demasiada obturación para un simple desatasque…
Carmen estaba casada con Mario, un buen hombre, aunque algo tosco.
Carmen lo eligió, de novio, porque le parecía “fuerte y protector”, con aquellos brazos gruesos que podían rodearla y apretarla fuerte hasta asfixiarla (de tanto amor…)
Mario la eligió para protegerla: pensaría por ella, hablaría por su boca y haría lo posible para que no le faltara de nada. La cuidaría como a una Reina.
Al principio, Carmen colaboró con el juego pactado: “Vale, lo que tu digas, cariño”. Pero al nacer el retoño, algo cambió. Carmen desviaba parte de su atención hacia el pequeño intruso, cosa que no fue muy bien recibida por Mario, quien había gozado de ese privilegio en exclusiva. Las discusiones por “¡Joder, Carmen, aún no está la comida en la mesa!”, “Ostias, Carmen, dile al crío que se calle de una puta vez”, cada vez eran más frecuentes.
Carmen protestaba, pero en silencio. No se atrevía a hacerlo en voz alta. Nunca lo había hecho. Ni de pequeñita. Había aprendido a callar y obedecer (sus padres colaboraron en eso). Sus pensamientos eran otra cosa, aunque se cuidó muy mucho de que no emergieran demasiado, ¡No fueran a salírsele! Pero su rabia interior le quemaba, y su tristeza también. Los desencuentros verbales con Mario iban en aumento, y la tensión los ahogaba. Carmen, por extraño que parezca, no ardía en deseos de entregarse a su marido en la cama. Al principio, fingió, pero luego se le hizo imposible. Ideó excusas para evitarlo, hasta que Mario la obligó a ir a terapia para que “se curara”. Al fin y al cabo, ¡el problema era de ella! ¿Quién estaba inapetente?
En apenas tres sesiones, Carmen empezó a permitir a la brigada de limpieza, que succionara esas tuberías, permitiendo aliviar tanta presión interna. No fue fácil (ni limpio), tuvo que ensuciarse las manos. No hay otra forma. Así se libera el atasco.
Pero, los cambios no siempre benefician a todo el mundo…O eso temen algunos. De modo, que cuando Carmen empezó a permitir que su voz se oyera, Mario se asustó mucho.
“¿Y qué será de mí si tu ya no me necesitas porque te vales por ti misma, mi Reina? “¿Dónde encajaré yo?”
Los cambios asustan, porque nos conducen a lugares diferentes…Quién sabe si mejores, pero…¡Dan tanto miedo!
Carmen no volvió a la sesión.
8 comentarios:
Dicen que no hay mujeres con problemas sexuales sino maridos que no saben satisfacer a sus mujeres... Va a resultar que es cierto!!!
Por desgracia, aun quedan muchos "Marios" en el mundo.. Pero afortunadamente las "Carmenes" van despertando de ese estado de hipnosis al que han sido sometidas durante años, y en el cual las "órdenes" recibidas eran callar y obedecer porqué: "Tú sin mí no eres nada". Y claro, alguien que no és nada, no puede sentir deseo.. ni nada.
Con cariño
Una Carmen
En eso consiste la vida. En caminar hacia delante sin saber que te vas a encontrar. Lo contrario sería aburrido y monótono.
Todo el universo está en constante cambio, no vamos a ser diferentes...
Un saludo a todas las Cármenes.
A mi me gustaría felicitar y mandar un abrazo a todas las ex-Carmenes, por vencer sus miedos y hacer eso...caminar hacia adelante.
Una ex-Carmen
http://es.youtube.com/watch?v=bAL09hHU5g4
Muy muy muy bueno ese video...
Me gustaría utilizarlo como material para una próxima entrada...¡Gracias amigo!(no me atrevo a llamarte por tu firma ;)
es personal pero necesito saber una cosa. verdad que tu eres la chica de los tobillos gordos como troncos que es algo bajita. Parece que las piernas no crecieron del todo. Te importa decirme si tubiste alguna enfermdead de niña.no te enfades por la pregunta por favor.
Estimado amigo (o amiga) ANÓNIMO,
Eres un individuo (o individua) muy divertido (o divertida) y tu sentido del humor, que afortunadamente yo comparto, ¡me ha hecho sonreir en esta mañana algo tediosa! Te lo agradezco
No obstante, y mal que me pese, éste no es el foro apropiado para estos menesteres...
Espero que lo entiendas, amigo (o amiga ANÓNIMO).
Un saludo afectuoso.
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