martes, 8 de enero de 2008

NO ES IMBÉCIL. SÓLO ESTÁ PERDIDO





Cuando alguien “maltrata” habitualmente con comentarios hirientes o fuera de tono: ¡Está pidiendo a gritos que le ayudes a encontrarse! A recuperar el norte, a saber donde está, a situarse…A que le digas basta y le pongas límites. Es un grito desesperado a la frustración y a su pobre habilidad para gestionarla. Si somos capaces de verlo así, la relación con esa persona es posible que mejore (o al menos, que no nos siga perjudicando). Habremos cambiado de estrategia y generado un cambio. Ya no lo vemos como alguien temible, poderoso y hostil, sino como alguien tremendamente perdido, desnortado. ¿Qué le pasa a ese pobre hombre (o mujer)? ¿Qué le hace tan desdichado? ¿Qué miedos o inseguridades lo arrastran a ladrar así? ¿por qué enseña los dientes? ¿qué intimidades defiende? ¿Cuál es su misterio? ¿Qué esconde? ¿qué teme? Ese cambio en nuestra mirada, probablemente nos lleve a no caer en la provocación de responder con iguales formas, con lo que, probablemente, evitaremos enzarzarnos de nuevo, en una infructuosa escalada de acusaciones o venganzas (o quizás, descargaremos de nuestras espaldas, la pesada cruz que no nos pertenece). Tal vez, nuestro cambio de actitud genere un cambio de actitud en el otro, que seguramente dejará de vernos como una amenaza paranoide acechante o como un duro competidor a batir. ¿De qué sirve pelear contra quien se bate en retirada?

Como los niños cuando gritan, lloran o patalean…¡Te están pidiendo ayuda desesperada! Un SOS en clave paradójica (regáñame si no debo, aunque me enfadaré e insistiré en ello para asegurarme que de verdad no debo; pero tu sigue en tu empeño, no desfallezcas, ¿eh? que sino me confundo y no aprendo) ¡Te están exigiendo que les pongas límites! Necesitan saber hasta donde pueden llegar. Aprenden así, tanteando, las normas de supervivencia, de convivencia, de socialización con conocidos y extraños. En definitiva, aprenden cual es su lugar en el mundo. Y aprenden sobre el terreno, experimentando, probando, explorando. Recibiendo besos y regaños. ¿Qué hace que los niños, curiosamente, adoren a quiénes les imponen cierta disciplina, y castiguen a quiénes les permiten todo? Se sienten seguros con quienes les guían fijando límites. Les ayuda a distinguir entre lo permitido y lo prohibido; les ayuda a explorar el territorio de una manera segura, predecible. Al fin y al cabo, nos movemos por el mundo aprendiendo sobre nuestros pasos. Y si estos son guiados, lo agradecemos ¿no?

No hay comentarios: