domingo, 30 de diciembre de 2007

LA HISTORIA DE NUESTROS PADRES


Somos lo que hemos aprendido a ser.

En gran medida, nuestra manera de movernos por el mundo, se la debemos a ellos, a nuestros padres. Presentes o ausentes, buenos o malos, egoístas o entregados, sacrificados o descuidados. Les hemos visto “hacer” y con ese modelo hemos aprendido a crecer.

El juego relacional en las familias se hace evidente en cuanto se toma conciencia del baile de posiciones: uno hace o dice algo que actúa como resorte para otro miembro, el cual se activa o inhibe, favoreciendo, a su vez, la respuesta del primero o la entrada en juego de un tercero. Puede parecer caótico, de locos, pero en realidad, es una sincronizada danza. Todos bailan bajo la misma música, aunque entonando canciones distintas.

Sin embargo, muchas personas que acuden a terapia, cuando se les pregunta por su familia de origen (padres, hermanos, abuelos) y sus recuerdos pasados en el hogar familiar, se sorprenden al comprobar cuantas pautas heredaron; desde formas de actuar o pensar, hasta de expresar.

Isomorfismo por oposición. Se produce este patrón de conducta cuando una persona actúa obsesivamente tomando como referencia un modelo al que no quiere parecerse. Invierte toda su energía en “no ser como…” Constantemente asocia su forma de pensar, sentir o hacer, en relación a ese modelo no deseado. Sin embargo, consigue el efecto contrario (por exceso o defecto, acaba cometiendo los mismos errores que el modelo referenciado). Un ejemplo clásico: la hija que no quiere parecerse a su madre en el cuidado de sus hijos y se jura a sí misma que no cometerá los mismos errores. Esa hija, continuamente se compara con el modelo maternal no deseado y encamina su actitud o conducta en relación a él. Esto la limita, porque no le deja observar la posibilidad de otros modelos distintos. Nunca será libre. El drama es que esa hija reproduce el esquema heredado cuando en realidad cree estar haciendo todo lo contrario. Si la madre era sobreprotectora y autoritaria y esto la disgustaba, la hija ahora se muestra con sus vástagos con total laxitud y libertad. Pues bien, lejos de lo esperado, el resultado sigue siendo el mismo: los hijos se quejan de que su madre no es buena madre porque no se sienten suficientemente protegidos por ella; ésta no pone límites, no interroga… Y esta actitud “liberal” es vista por ellos como despreocupación. Así pues, se repite el patrón. Uno por exceso y otro por defecto.

Si la hija, en lugar de obsesionarse con no repetir el patrón de la madre, hubiera optado por “intentaré hacerlo lo mejor posible, aún sabiendo que me equivocaré muchas veces”, tal vez se hubiera dado la oportunidad de conocer otras vías distintas a la “diametralmente opuesta”. Probablemente hubiera sufrido menos, se habría relajado más y habría aprendido otras formas de relacionarse con sus hijos. Quien sabe si mejores.

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