sábado, 27 de febrero de 2016

CONDUCTAS CONTRAFÓBICAS

Manuel era un chaval que rondaba los dieciséis. Llegó a consulta después de mucho pensarlo. Había considerado infinidad de veces la posibilidad de visitar a un psicólogo pero los miedos le echaban atrás en último momento. Después de muchos intentos se atrevió a atreverse. Y digo esto porque el valor que hay que reunir para sentarse frente a un desconocido, sabiendo que esa cita no será una alegre charla de café, requiere mucho atrevimiento y más valor.

Llegó unos minutos antes de la hora y parecía inquieto. Su aspecto me chirriaba pero aún no sabía porqué. Me saludó de forma amable aunque nerviosa y entendí que su incomodidad era natural en un contexto así.

Atrajo mi atención sus intentos, más torpes que graciosos, para mostrarse simpático, porque contrastaban con una naturaleza más bien seria. Y entonces entendí: deseamos ser quiénes no somos, ni seremos. Ese es el drama.

Manuel acudió a terapia porque “quería cambiar”. Se describía como un chico serio en exceso, más bien introvertido, con pocos amigos, y anhelaba convertirse en alguien hablador, extrovertido, simpático y ocurrente, “un tipo divertido, vaya, de esos que gustan a todos,” según me dijo.

Sin ahondar más en el caso, cualquiera podía intuir que su objetivo no era realista. No se puede ir contra natura (ni falta que hace). Una persona introvertida, tímida en exceso, con dificultad para relacionarse y escasas habilidades sociales, probablemente nunca se convertirá en el rey de la fiesta, pero repito, ni-falta-que-hace. Ése fue nuestro trabajo en terapia.

Aceptar, que no resignarse, a ser quien se es, mejorando aquellos aspectos mejorables, es el mayor cambio terapéutico que se pueda soñar. Un auténtico desafío.

¿Dónde aprendió Manuel a desear ser otro? ¿Quiénes le animaron a rechazarse? ¿Qué admiraba de su ideal? ¿Era, de verdad, un deseo suyo, o bien lo tomó prestado de alguien? ¿De dónde sacó que los reyes de la fiesta “gustan a todos”?

Como suele ocurrir en estos casos, el problema de Manuel no era su timidez o seriedad, sino lo que él hacía con ella. Las acciones que llevaba a cabo para ocultarlas eran precisamente las que provocaban el alejamiento de los otros chicos, cuando no su rechazo. Las soluciones que intentó se convirtieron en el problema.

Manuel entendió mal “el cambio”, porque “hacer algo diferente” no significa “hacer todo lo contrario”.

En sus ganas por ser aceptado y reconocido por los demás chavales, Manuel se dirigía a ellos con actitud altiva, incluso fanfarrona. Buscaba cualquier oportunidad, aunque no se diera, para insertar un chiste o comentario jocoso, que no provocaba las risas esperadas, sino más bien, burlas y rechazo.

Pretendiendo ser, mostraba claramente lo que no era. No hay nada peor que impostar si uno no nació actor...Porque, sencillamente, chirría.






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