domingo, 9 de junio de 2013

HEREDANDO FRUSTRACIONES



Llegó en tiempos difíciles. Lucía nació fruto de un descuido pueril, siendo sus padres tan jóvenes que ni siquiera rozaban los dieciocho. Apenas habían salido al mundo cuando decidieron convertirse en padres. Les pareció un sueño temprano hecho realidad. El enamoramiento que justo empezaban a sentir el uno por el otro culminado en la máxima expresión del amor romántico. Un hijo que nos una aún más. Y seremos felices y comeremos perdices.

Pero la vida se encargó de despertarlos, más pronto que tarde. Un cuerpo adolescente extraviado en una barriga de proporciones cósmicas, un malestar desconocido hasta entonces, pesadez abrumadora, inquietud gestante. Novedades no contempladas en el manual de príncipes y princesas.

Lucía creció como pudo y le dejaron. Con torpeza y decisión. Un padre ausente, dedicado a su trabajo y cuya presencia familiar se limitaba a los gruñidos malhumorados. Una madre desdichada, moradora de sofá y tele, con ocupación completa en su propio desencanto. Pero a Lucía no le faltó amor, aunque sí referentes, modelos de quien aprender a gestionar la frustración, el desencanto, el disfrute, el agradecimiento, la ilusión, la esperanza, el enfado…

La niña creció, pero los padres no. Se anclaron en una adolescencia perpetua y mal fraguada. Aferrados a una etapa que no vivieron, buscaban volver a ella con patético frenesí, a través de la ropa de moda juvenil, de los piercing y tatuajes, valedores de lo más moderno. 

Lucía buscaba la valoración de su madre por todos los atajos conocidos: “Seré lo que a ti te gustaría que fuera: moderna, atrevida, con carácter, liberada…Todo aquello que tú no fuiste y ansiabas ser. Lo seré aunque deba renunciar a quien yo soy”. Un secreto a voces, oculto por la obligada lealtad. 

Lucía nunca fue consciente de su sacrificio, aunque lo sufrió, y mucho. Se esforzó en ser el maniquí de su madre, con la llegada de su adolescencia permitió ser la muñeca a quien peinar, pintar, vestir y humillar si no respondía a las expectativas. 

“Deberías largarte de casa en cuanto cumplas la mayoría de edad. Haz tu vida, vive experiencias, viaja, sal con todos los chicos que puedas…Disfruta. Vive” Le repetía como un mantra con más exigente desdén que animosa sugerencia.

No la acompañó, la empujó. La forzó “a hacer su vida”, quizás buscando vivir a través de la hija lo que nunca viviría ella. Y Lucía se fue, para no volver. Sintiéndose apartada, exiliada de su familia. Expulsada por su propia madre. Sentimientos punzantes de rechazo y culpa que la acompañarían durante años y muchas sesiones de psicoterapia…

Y es que la vida de cada cual, a cada cual pertenece. Por deber, por responsabilidad, por derecho.

  

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