jueves, 24 de mayo de 2012

CUANDO EL ODIO NO ES LO QUE PARECE


El ser humano es odiable y odioso por naturaleza. Cuestión de supervivencia ancestral.  Ya lo dijo Norman Dixon: “La paz es un estado en el que nuestra propensión a la guerra se ve simplemente sublimada o reprimida”.

Nos enseñaron mal quienes nos inculcaron que sentir emociones “negativas” es un signo de vileza, que nos convierte en algo peor que en mala gente, en  un ser despreciable merecedor de nada bueno.

Las emociones no son ni buenas ni malas. Son. Y gracias a ellas podemos manejarnos por la vida recibiendo información útil acerca de qué nos gusta y qué no, qué queremos y que detestamos, que buscamos y que evitamos. También el odio en cualquiera de sus versiones es una bendición. Si existiera Dios, sin duda sería su mejor legado.  Nada mejor que saber qué no queremos para virar en otra dirección sin perder más tiempo. Esa es su utilidad. Sublime si se aprende a  utilizar.

Ésta es la historia de Judit y Sara.

Dos hermanas jóvenes, rondaban los veintilargos, y aún peleaban entre sí como dos chiquillas. Las broncas en casa eran bien conocidas por sus vecinos, quiénes en alguna ocasión habían tenido que llamar a la policía, espantados por el ruido de los golpes.

Vivían con su madre, una mujer depresiva, victimista y muy odiable. Las hijas sufrieron (porque no vivieron) una infancia infeliz, acompañadas más que por sus padres, por los gritos y peleas de éstos. Crecieron confundidas, nerviosas, asustadizas y gritonas. Con el tiempo, el padre las abandonó, y la madre hizo lo mismo pero “de cuerpo presente”, porque hay quien vive muerto y mata viviendo.

Entre quejas y lamentos de una madre desdichada, Judit y Sara crecieron como pudieron. Les dolía tanto ver a su madre en ese estado perpetuo de autocompasión culpabilizante que lo intentaron todo. Pero nada funcionó, lo cual les recordaba lo inútiles que estaban siendo como hijas. Atrapadas en una lucha absurda por salvar a quien no desea ser salvado, las hermanas se odiaron. Era más soportable desplazar la rabia hacia sí mismas y entre ellas, que lanzarla contra quien de verdad va dirigida: la Santa Madre. La sufriente. La enferma. La pobre…

Judit y Sara odian por amor, aunque no lo saben. Capaces de sacrificarse a sí mismas para proteger a una madre. Una odiosa gestión de una sana emoción.

Aquellos padres que ayudan a sus hijos a reconocer y a sentir sus deseos destructivos y les enseñan a canalizarlos por vías no destructivas, les están regalando salud mental. Crecer reprimiendo instintos es saberse anormal y seguramente, malo. 

Pero el odio tiene muchas formas, casi todas saludables si se saben leer bien.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Este post es de tal calado que se ponen los pelos de punta. Que fácil es que arraiguen según que percepciones sobre nuestras emociones y que difícil es desprender de ellas. Saludos Mayte.