lunes, 25 de mayo de 2009

SER O NO SER, ESA ES LA CUESTIÓN...


“Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu permiso”

En algún lugar oí o leí esta frase y desde entonces me acompaña en muchos procesos de terapia.

¿Qué hace que otorguemos a alguien distinto a nosotros mismos, el poder de lo que somos o dejamos de ser?

¿Qué hace que las atribuciones que otros hagan de nosotros, suponga muchas veces, una sentencia que demos como válida?

¿Cuántos de los adjetivos que nos atribuimos, los hemos tomado prestados de lo que otros han dicho de nosotros? ¿Cuánto de esto hemos heredado sin cuestionarlo y nos lo hemos agenciado como propio hasta creérnoslo?

Recuerdo el caso de un adolescente al que de pequeño sus padres y familiares habían colgado el letrero de “tiene pocos amigos porque es muy arisco”, y creció convencido de que “él era así”. Cada vez que hacía un nuevo amigo, sus padres le vaticinaban un mal augurio “en cuanto se dé cuenta de cómo eres te dejará de hablar”. Cuando se peleaba en el cole con algún chaval (cosa extraña entre chavales como todo hijo de vecino sabe) sus padres le recordaban su culpabilidad “por ser tan arisco”. El chaval creció convencido de su “tara” y asumía como culpa incuestionable cualquier desencuentro amistoso o pequeña desavenencia. No había lugar a dudas: él era tan arisco...

Algunas personas son más vulnerables a este juego destructivo, porque llevan jugándolo toda la vida. ¿Quiénes le enseñaron? ¿Dónde aprendieron a poner orejas a los letreros que otros le colgaban? ¿Esos “otros” eran personas sin ningún vínculo afectivo o por el contrario personas muy significativas?


¿A quiénes prestamos atención y a quiénes ignoramos? ¿A quiénes nos importa contentar con nuestra imagen?


La Familia…tengamos la relación que tengamos con nuestra familia de origen, estamos ligados a ella por un hilo invisible.

“Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu permiso”

Otorgamos el poder al otro, cuando aceptamos su superioridad. Otorgamos el poder al otro cuando creemos que no somos suficientemente buenos, o inteligentes, o competentes o lo que sea que nos reprochan, como verdad absoluta e incuestionable, como sentencia culpatoria e inapelable. Otorgamos el poder al otro cuando le permitimos juzgarnos sin derecho a réplica. Cuando nos perdemos el respeto y la dignidad personal.

¿Quién es responsable, en la adultez, de seguir jugando a un juego como ese?

2 comentarios:

Cristina Murillo Jimenez dijo...

El responsable de que sigamos jugando a ese juego dañino es el amor. Le concedes el poder a quién amas y respetas de decirte quién eres, lo haces durante toda tu infancia con tus padres, y para cuando vienes a darte cuenta del engaño, el daño ya está hecho. Hay que volver al principio, superando pasado, aprendizajes, prejuicios, partiendo solo de ti misma y tu voz interior, la reconocerás porque es la que te da ilusión.

Anónimo dijo...

El responsable en la adultez es uno mismo. No podemos pasar la vida culpando a los que nos dieron unas enseñanzas equivocadas en la niñez. Si bien es verdad que marcan para siempre nuestro caracter, nosotros, como adultos y responsables de nuestra vida, si es que somos conscientes de ciertas "malformaciones" que podemos modificar, debemos hacer el esfuerzo para ello (si es que de verdad nos molesta). Lo contrario, el pasar la vida lamentando y justificando nuestra conducta, es cansino e inutil para conseguir algo parecido a la felicidad. Y, aunque no es un trabajo facil (como tampoco lo son duras reabilitaciones), con un buen entrenamiento, se puede conseguir.

Pd. Aunque lo escriba muy segura de lo que digo, llevarlo a la práctica..

Un saludo
Miriam